CRÍTICA TEATRO

Nunca fuimos héroes. Autor: Xabier Mendiguren (adaptación de Juan Manuel Herrero y Laura Laiglesia). Dirección: Jon Barbarin. Producción: Tarima Beltza (Alsasua). Intérpretes: Mertxe Herrera, Juan Manuel Herrero, Marta Diego, Josu Castillo, Natalia Martín y Amaia Mintegi. Lugar: Casa de Cultura de Villava. Fecha: Domingo 28 de septiembre. Público: Un tercio, alrededor de cien espectadores.

Cena a medias

El ciclo de teatro amateur que se está desarrollando en más de una veintena de municipios con subvención del Gobierno de Navarra ha incorporado buenos hábitos, como dar la bienvenida a los espectadores antes de la función, labor que corresponde al grupo de la localidad. Así, el público conoce más de la representación y de la programación. En la sesión del domingo, el anfitrión, en nombre de El Bardo, agradeció el trato que Tarima Beltza les ha dispensado cuando han actuado en Alsasua. Y es esa una de las aportaciones más sustanciales del ciclo. El grupo local sirve de antena, promociona el ciclo entre sus convecinos, atiende las necesidades logísticas y, y lo que es lo más significativo, se compromete como espectador. La Casa de Cultura de Villava estaba llena este fin de semana de rostros conocidos del teatro que se hace en la comarca y eso es síntoma de que la Federación que agrupa a los elencos aficionados ha generado unas sinergias positivas en la captación de públicos que, a la larga, va a beneficiar a todo el sector.

Tarima Beltza estrenó en marzo su nueva propuesta, una pieza escrita originariamente en euskera por un prolífico escritor guipuzcoano que acostumbra a incluir en su teatro referencias a los años de plomo vividos en el entorno vasco, algo que tampoco ha sido generalizado ni en la novela ni en el teatro y que, de entrada, despierta interés. La versión que vimos, sin embargo, llega podada en exceso y la acción dramática está mal incardinada: es decir, que lo que pasa al final no es la consecuencia obligada de lo que hemos ido viendo y escuchando en el escenario, de ahí que se salga con la impresión de que la propuesta nos deja a medias.

Apenas hay acción y el dibujo de los personajes es plano: dos parejas de mediana edad han quedado a cenar en casa de una de ellas. En los primeros diálogos ya todo está meridianamente claro: son dos mujeres de carácter y bastante infelices, muy pendientes del qué dirán, unidas a hombres débiles, políticamente desencantados, que buscan fuera de casa soluciones a su desconcierto, en el alcohol y en las faldas. El problema es que esto que se expone o queda subrayado en exceso en escena o, cuando parece conducir a una variante más interesante dramáticamente (el trato a la criada rusa, un flirteo, los problemas conyugales…), apenas se esboza. Sí es interesante el retrato de los hijos, pues los dos matrimonios están totalmente desconectados de ellos, de lo que hacen y piensan, y no llegan a ser conscientes de hasta qué punto son aborrecidos.

El espacio escénico de Villava tiene una soberbia chácena y el director la aprovecha para exponer desde el fondo del escenario las opiniones de la chica, además en un ras superior, solución de gran efectividad visual. A los seis intérpretes se les nota ensayados porque resuelven bien las continuas entradas y salidas, con cambios a oscuro siempre complicados que lastran la tensión interpretativa. Aun así, solventaron bien los diálogos excepto en los momentos en que el texto peca de precipitado o poco verosímil, como la forma en que abandonan la casa dos de los personajes. Pero crearon personajes reconocibles de nuestro entorno y lograron transmitir sus miserias desde la ternura o el humor, que no es poco.

POR Víctor Iriarte. Publicado el jueves 2 de octubre en Diario de Noticias.