- by Victor Iriarte Ruiz
- on 16th febrero 2012
- in Así nos luce el pelo
- with no comments
“Jardiel, 60 años”, artículo de Marcos Ordóñez en El País
Adorado y detestado, censurado por ambos lados, jovial y amarguísimo, su personalidad humana y literaria es una de las más complejas y difíciles de atrapar de toda la historia de nuestras letras. Jardiel fue una contradicción ambulante. Tenía fama de señorito porque le gustaba vivir bien, pero siempre trabajó como un forzado: cuatro novelas, más de treinta comedias, varios guiones, libros de viajes, miles de artículos y relatos cortos. Fue director, escenógrafo y productor de sus propias obras. Fue un gigante de metro cincuenta.
Para aguantar el ritmo que se había impuesto bebía litros de café negro y se drogaba con centraminas, que le reventaron la cabeza. Si leemos Agua, aceite y gasolina o Blanca por fuera, Rosa por dentro pensaremos que era vomitivamente machista, y tendremos razón. Pero si leemos El sexo débil ha hecho gimnasia, pensaremos que es la más contundente proclama feminista de la posguerra, y también tendremos razón. Era racista y defensor de la raza negra: El amor sólo dura dos mil metros se cierra, insólitamente, con un poema reivindicativo de Lanston Hughes. En sus novelas y comedias encontramos lo mejor y lo peor de su carácter: altísimos vuelos de un humorismo vanguardista y art déco, alternando con zafiedades ideológicas y concesiones psicologistas para retener al público en la sala. Sus prólogos, vehementes hasta la paranoia, son el testimonio más vivo y apasionado de la intrahistoria de nuestro teatro, desde la década de los 30 hasta los años 50.
El franquismo, que tanto defendió, no le salió a cuenta. Sus novelas, escritas antes de la guerra, fueron prohibidas por inmorales (por eso dejó de escribir narrativa). Sus comedias, acusadas de frívolas e incomprensibles, cuando no de heréticas (Cuatro corazones con freno y marcha atrás) tuvieron innumerables tropiezos. Ganó fortunas que perdió en casinos, en viajes, y en su propia compañía teatral. Se enfrentó a una crítica cerril y a un público adocenado y conformista. “El autor que no es artista – decía – se dirige al público existente; el autor que es realmente artista tiene que hacerse con un público que no existe aún”. Esa fue su poética y ese fue su calvario. Jardiel murió el 18 de febrero de 1952, enfermo, agotado y loco. Alfonso Sastre escribió: “Era un poderoso islote de talento e ingenio en continua y heroica pugna con la mediocridad ambiental; una lucha desigual, salvaje, que acabó destruyéndole”.
Comentarios recientes