CRÍTICA TEATRO

SÓCRATES. JUICIO Y MUERTE DE UN CIUDADANO. Compañía: Teatre Romea y Grec 2015 (Cataluña) y Festival de Mérida (Extremadura). Autor: Mario Gas y Alberto Iglesias. Dirección: Mario Gas. Intérpretes: José María Pou, Carles Canut, Amparo Pamplona, Pep Molina, Borja Espinosa, Guillem Motos y Ramón Pujol. Escenografía: Paco Azorín. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 27 de noviembre. Público: Lleno.

Ironía y mayéutica

Creo que anda bastante perjudicada la enseñanza de la filosofía en el bachillerato, así que habrá venido mejor que bien este espectáculo a sus docentes y defensores. Una sesión matinal el viernes llevó a 800 estudiantes al Gayarre, que por la tarde vendió todo el papel para el público generalista. Dos horas de espectáculo y clase magistral bien aprovechadas, pues el contenido es extraordinariamente didáctico. Pocas veces coincidirá mejor fondo y forma en una propuesta escénica. Los diálogos corren a la manera socrática –con abundante ironía, lo que despierta las risas y hace las delicias del espectador– y mediante argumentación mayéutica, es decir, haciendo que sea el interpelado quien dé a luz sus ideas, quien extraiga de sí mismo la verdad respondiendo las preguntas que le lanza el filósofo. Se desconoce si a Sócrates el humor le llegó por vía paterna, pero es evidente que su fórmula de razonar es propia del hijo de una comadrona. Si a la puesta en escena el director Mario Gas se le añade un muy bien traído escenario circular, en un guiño a los peripatéticos atenienses “nietos” del pensador, la propuesta está condenada a funcionar: posee un contenido denso y coherente, exuda elegancia y se representa a buen ritmo. No extraña que el público obligara a una decena de glorias a los intérpretes.

Ahora bien, Sócrates tiene un grave lastre en su misma construcción dramática: está totalmente desequilibrada en favor del filósofo y sus partidarios y deja en el límite  del ridículo a los dos personajes que buscan su condena a muerte. Los autores pecan de esquemáticos cuando ponen en boca de los detractores su argumentario. No sólo está poco trabajada la acusación de desprecio a las deidades y corrupción de la juventud, en la que no se profundiza, sino que sobra el monólogo de Méleto, el poeta acusador, cuando confiesa sus dudas y miserias (aunque bien interpretado por Pep Molina). Sócrates hubiera brillado más ante ataques mejor fundamentados que tal y como se exponen, hecho que se compensa convirtiéndolo en un santo laico que acepta su martirio como legado de coherencia en defensa de la ley. En favor de los autores, su inmersión en las fuentes y el  perfecto engarce de datos en los diálogos, con un guiño a Platón al dejar que sea Fedón quien relate cómo muere tras ingerir la cicuta. Resulta acertado el esquema brechtiano, siendo un texto que busca más el cerebro que las emociones, explicando la muerte en la primera escena para centrar la atención en el debate, intercalando advertencias sobre toses y móviles y logrando, a pesar de ello,  incrementar la tensión dramática progresivamente hasta la escena final, que emana grandeza.

José María Pou está inmenso en su papel y ofrece un personaje poderoso, muy atractivo por brillante, vehemente, austero y honesto, aunque arrogante (lo que finalmente le condena). Amparo Pamplona, que actuó con máscara como coro, recibió un mutis aplaudido en su monólogo de Jantipa, la esposa del procesado, expuesto desde el patio de butacas desde la cotidiana emotividad de la esposa amargada, en contraste con la solemnidad de lo que sucede en el escenario. Brilla también Carles Canut como Critón, proyectando la serena y dolorida resignación del que respeta la coherencia del amigo y acepta su muerte aun pudiendo salvarlo. El resto del reparto también brilló a gran altura.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 6 de diciembre de 2015.