CRÍTICA TEATRO

HEDDA GABLERCompañía: Noviembre Teatro, Mucha Calma y Centro Dramático Nacional (Madrid). Autor: Henrik Ibsen. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Cayetana Guillén Cuervo, Ernesto Arias, Jacobo Dicenta, José Luis Alcobendas, Charo Amador y Verónika Moral. Pianista: Pablo García de la Osa. Vestuario: Lorenzo Caprile. Lugar: Baluarte. Fecha: Domingo 15 de noviembre. Público: Setecientos espectadores.

Arqueología teatral

Hedda Gabler tiene mucho de tragedia si aceptamos que a la protagonista le es imposible refrenar su bajeza. Una tragedia provocada por unos “dioses” que condicionan la vida de una niña bien consentida y malcriada que vierte en su matrimonio sin amor frustraciones, aburrimiento y falta de metas vitales. Ya lo dijo el poeta, no hay nada más peligroso que una mujer que se aburre, si está resentida y es lista. La maldad necesita inteligencia. Por eso se convierte en una persona “tóxica” que  destroza todo lo que manipula, en perfecta definición de quien la encarna, Cayetana Guillén Cuervo, que la ha entendido bien.

La obra escandalizó en su estreno. La moral machista decimonónica, tan estricta con la mujer, no podía tolerar semejante salida de tiesto. El montaje trata de revisar con ojos de hoy la actitud de Hedda, comprenderla y hasta compadecerla, pero eso se ve enseguida que es misión imposible. El texto es el que es y la perfecta carpintería teatral de Ibsen condiciona en exceso cualquier “versión”. El autor noruego ofrece además en escena otro modelo de mujer más consistente, el de Thea Elvsted, en contraposición a la mezquindad de la protagonista, como una salida más sensata hacia la liberación de la mujer, por la que siempre apostó. La relectura de Eduardo Vasco ofrece numerosas claves iconográficas al espectador: una escena no naturalista, casi tenebrista, con los personajes surgiendo de la oscuridad como espectros condenados a un triste final, mecidos por la música de piano en directo. El deslumbrante vestuario de la protagonista también tiene un fuerte componente metafórico: siempre vestida para una fiesta a la que nunca acude.

Sin embargo, aun peinando el texto a sólo hora y media, la acción carece de nervio, no transmite apenas y la peripecia se percibe en el patio de butacas como plúmbea. La apuesta queda en un ejercicio de estilo, en pura arqueología teatral. Se nota que éste es un proyecto personal de la actriz protagonista, deseosa de un papel a su medida, pero no ha acertado con la elección, pues lo que pasa en el escenario está alejado de nuestro contexto y preocupaciones. Todos los intérpretes defienden sus personajes con celo y se nota el esfuerzo: Jacobo Dicenta pauta bien la perfidia del juez chantajista, Ernesto Arias transmite la enervante ingenuidad y simpleza del marido que no se entera y Verónika Moral la bonhomía de Thea. Poco más.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el viernes 27 de noviembre de 2015.