Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Miguel de Molina, al desnudo», escrito e interpretado por Ángel Ruiz, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
Miguel de Molina, al desnudo. Compañía: Laboratorio de la Voz Producciones y Jorge Javier Vázquez (Madrid). Autor: Ángel Ruiz. Director: Juan Carlos Rubio. Intérpretes: Ángel Ruiz y César Belda (piano). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 31 de enero. Público: Lleno.
Molina reencarnado
Miguel de Molina fue proverbial para la canción española, al ser el primero en sacar la copla del ámbito femenino en el que estaba recluida, una extraordinaria innovación a comienzos del siglo XX. Pero, además, la dignificó, llevándola de los lupanares y cafés-cantantes a los teatros, gracias a su autoexigencia artística. No sólo poseía una gran voz, sino que cuidaba con celo todos los aspectos de la puesta en escena: el acompañamiento musical, las coreografías para “teatralizar” cada tema, la iluminación… Como no podía lucir bata de cola, diseñó su propio vestuario, personal, atrevido, rompedor. Buen pagador, logró que los mejores compositores trabajaran para él y fue el artista más cotizado del momento. La Guerra Civil le pilló en el bando republicano, que era el suyo ideológico, pues había conocido la pobreza extrema y el trabajo infantil y podía disfrutar en libertad su condición de homosexual. Cantó a los soldados en los frentes y por eso sufrió después cárcel, destierro y aceptó el chantaje de ser explotado laboralmente por empresarios fascistas. En 1946, tres jerarcas del Régimen, descaradamente filonazis y con títulos nobiliarios, lo sacaron del camerino y le dieron una paliza de muerte en un descampado de Chamartín. Por rojo y por maricón. Conviene un poco de memoria histórica. Uno de los criminales fue Sancho Dávila (que con acierto da nombre a un tanatorio en Barcelona) y el otro José Finat, alcalde de Madrid de 1952 a 1965, y craso ejemplo de la mala suerte histórica de la capital con sus regidores, que se prolonga hasta ahora mismo. Después de aquello, Miguel de Molina vivió exiliado en México un tiempo y definitivamente en Argentina, donde recuperó su condición de estrella.
En 2009, se vio en Gayarre una teatralización sobre la vida del artista escrita por Borja Ortiz de Gondra, con seis intérpretes, titulada Miguel de Molina: La copla quebrada, en el que Ángel Ruiz hacía de Molina joven. El actor quedó abducido por el personaje hasta el punto de rumiar durante años cómo dar forma a un nuevo drama. Construido en forma de monólogo, ha logrado mucha mayor carga dramática, debido a su planteamiento: el artista, ya mayor y retirado, ofrece a regañadientes una rueda de prensa. Ello le permite dirigirse directamente al público, conectar con el patio de butacas y dar empaque a la rememoración de sus mejores momentos sobre el escenario. Ruiz ha dado con la tecla del personaje: el hombre suspicaz que responde siempre a la defensiva, el divo maniático y exigente con sus subalternos, el coplero mordaz y vitriólico con sus rivales, el artista de variedades procaz con el público, el homosexual pícaro y descarado, el ser humano sensible y tierno…
Fue una pena que un fallo técnico impidiera un momento mágico del montaje: la proyección con estética de película muda de su primer encuentro sexual, en el que el actor dobla a todos los personajes. Supo improvisar con suficiencia. Bien dirigido y acompañado al piano, ya se había ganado al público mostrando su extraordinario ductilidad en registros cómicos, dramáticos y líricos. Ángel Ruiz, pamplonés del Soto de Lezkairu, con raíces en Málaga (paisano por tanto de su personaje), demostró ser un cantante extraordinario y un actor consumado. Molina estará orgulloso de haberse reencarnado en él.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el lunes 9 de febrero de 2015.
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