Crítica de Víctor Iriarte de «Alicia en China», del Circo Nacional de China, programado en Baluarte
ALICIA EN CHINA. Productora: Circo Nacional de China y Academia de las Artes del Circo de Tianjin. Dramaturgia: Fabrice Melquiot, sobre Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. Música: Christian Boissel y Nicolas Lespagol-Rizzi. Lugar: Baluarte. Fecha: Sábado 21 de diciembre. Público: Lleno.
Circo y argumento
En marzo de 2005, el Circo Nacional Chino instaló su carpa frente al Aulario de la UPNA y ofreció un espectáculo de primerísimo nivel. En enero de 2008 volvió a Pamplona –podría afirmar que se repetían los mismos números– sólo que entonces la puesta en escena y vestuario tenían un leve enlace temático, puesto que la propuesta se tituló Piratas. El mismo contenido bajo un nuevo envoltorio, para aprovechar el impacto de la saga Piratas del Caribe. La asombrosa calidad técnica y dificultad de las acrobacias, la precisión en su ejecución, la imaginativa puesta en escena, el cuidado de la iluminación y la música y la elegante sincronización entre número y número dejaron boquiabiertos a los espectadores. No era pues extraño que si se anunciaba de nuevo la presencia del Circo Nacional de China y, además, el público de Baluarte recordaba el Cascanueces del Ballet Acrobático de Dalian, de 2010, el boca-oreja augurase una gran entrada. Así fue.
En el folleto anunciador de la temporada de Baluarte se anunciaba “Nuevo” Circo Nacional de China. En la portada del programa de mano que se repartió el sábado no aparecía la palabra “Nuevo” y, en el interior, al nombre de la compañía se añadía el de la “Academia de las Artes del Circo de Tianjin”. Es posible que la denominación “Circo Nacional” sea compartida por varias compañías en gira –lo desconozco–, en la línea del Circo del Sol o los Coros del Ejército Ruso, pero lo cierto es que lo programado por Baluarte no era lo mismo que se pudo ver años antes ni alcanzó aquel grado de espectacularidad. Hubo espectadores decepcionados.
En cualquier caso, Alicia en China fue un trabajo notable y bien armado, al que ayudó la visión “occidentalizada” que propuso la parte “francesa” –la dramaturgia de Fabrice Melquiot, las coreografías, la música–, con una traslación afortunada de la novela de Lewis Carroll. Anunciado como un poema-circo, logró momentos brillantes, como las apariciones del gato realizadas por una contorsionista asombrosa y los números de magia del rey de corazones, así como en algunas escenas multitudinarias, donde se ofrecían a la vez diferentes números de habilidad y coreografías, desbordando la capacidad de atención del espectador.
Sorprendió la juventud de los intérpretes (en efecto, parecían recién salidos de la Academia) y la sugestiva traslación del cuento a la China actual, con las pintadas reclamando democracia incluidas. Hubo un juego de máscaras propio de la Ópera de Pekín pero, en general, la propuesta se alejó de la tradición escénica oriental. Quizá en el debe de la propuesta, que los números pretendidamente cómicos apenas llegaron al patio de butacas, así como el final, demasiado simple y abrupto, cuando en este tipo de montajes se tiende a un gran “fin de fiesta”. En cualquier caso, los 23 acróbatas demostraron que, si hay que llevar Alicia a un teatro, el circo dispone de recursos y una capacidad de ensoñación suficientes para competir incluso con el cine de animación.
Hace treinta años, cualquiera hubiera apostado a que el arte escénica que más difícil supervivencia tenía era el circo. En un mundo plagado de pantallas, la capacidad de asombro es mínima. Todo lo que nos puede ofrecer ha sido visto una y mil veces. Reconozco que nunca, ni siquiera de niño, me gustó, con la excepción de los trapecistas. Lo asociaba a suciedad, mal olor y animales a los que, más que amaestrados, veía humillados. Y no me decía nada. Era un espectáculo sin argumento. El “nuevo circo” ha cambiado radicalmente mi visión: ha recogido la mejor tradición del viejo arte, lo ha envuelto con las tecnologías más avanzadas y ha incorporado creadores procedentes del teatro, la danza y el audiovisual. Si, encima, comienza a contarnos historias, tiene todo el futuro por delante. La gran cantidad de niños en Baluarte es buena prueba de ello.
VÍCTOR IRIARTE en Diario de Noticias
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