«Durante ese año, 1942, la crisis económica provocada por la II Guerra Mundial condicionaba la vida cotidiana de la sociedad inglesa; se habían suprimido toda clase de lujos como los alimentos demasiado elaborados, las bebidas caras, los perfumes y los cosméticos, la ropa de marca, la servidumbre y también los viajes recreativos, porque consumían una cantidad de combustible, y de piezas de recambio, imprescindibles para los vehículos que se utilizaban en la guerra. (…) Con este panorama los ingleses tenían que optar por las diversiones básicas como el deporte, la conversación, la música o el canto. Como las verduras, igual que todo lo demás, escaseaban, el Gobierno inglés promovía espacios urbanos para que los ciudadanos cultivaran sus propios huertos. Esta iniciativa consiguió la restructuración de las familias, porque todos los miembros tenían que trabajar codo con codo en el huerto, y también porque los hombres adultos, que por alguna razón no habían ido a la guerra, cultivaban coles y zanahorias en lugar de, como lo hubieran hecho en tiempos de paz, beber cerveza y jugar a los dardos en el pub.

La escasez de todo, y las largas horas de ociosidad durante los bombardeos produjeron, según Orwell, un despliegue cultural en la sociedad que, sin aquella crisis, quizá no hubiera existido. Resulta que en las estaciones de metro, donde los ciudadanos se refugiaban de las bombas, comenzó a gestarse un movimiento espontáneo de músicos, poetas, actores de teatro que montaban espectáculos de gran calidad para el público que tenían ahí cautivo.

Pero quizá lo más significativo de aquel periodo de guerra y crisis, haya sido el incremento en el número de lectores que hubo en Inglaterra durante esos años. Por una parte estaba la demanda de los miles de soldados que, para paliar las largas temporadas de aburrimiento que pasaban en el frente, echaban mano de los libros que les enviaban de su país y, por otra, la población civil inglesa que ante la escasez de todo lo demás, y los largos ratos que permanecían en los refugios antiaéreos, se puso a leer. En aquel contexto los libros resultaban ser una diversión muy barata, un solo ejemplar podía pasar por cientos de lectores y una vez que agotaba su vida útil iba a la trituradora de la que salía la pulpa para otro libro. Según asegura George Orwell, en este artículo escrito en el centro de la II Guerra Mundial, durante esos años no solo aumentó el número de lectores en Inglaterra, también subió el nivel de las obras que leía normalmente el ciudadano promedio, y esto a su vez elevó el nivel de discusión nacional e hizo que los periódicos se esforzaran por alcanzar ese nivel, y lo mismo comenzó a pasar con la radio y con el cine. Todo un espectro de efectos positivos que era el reverso de la parte negativa de la crisis, que suele ser la más visible.

Aquella crisis de Inglaterra es distinta, mucho más grave y con una guerra de por medio, de la que atenaza hoy a España, sin embargo el panorama desolador que debe enfrentar cada día el ciudadano tiene varios puntos en común e, igual que aquella, la de aquí tiene un reverso, una contraparte positiva que empieza a aflorar. La crisis española ha conseguido, más allá de la relevancia mundial que han tenido “los indignados”, que la gente voltee a ver a su vecino, que se interese por él y que incluso intervenga, proteste y hasta evite que el banco lo eche de su casa. La crisis también ha logrado despertar la conciencia de que la organización colectiva, pacífica y apartidista, es una fuerza capaz de transformar las cosas en beneficio de la gran mayoría y, por otra parte, ha agudizado la atención de ciudadanos, medios de comunicación y funcionarios frente a los casos de corrupción que antes de la crisis eran soportados por la boyante economía.

Gracias a la crisis se han desarrollado, en varias ciudades de España, los bancos de tiempo, una organización ciudadana, inspirada en el trueque, en donde las personas intercambian servicios de acuerdo a su especialidad, por ejemplo, un electricista intercambia una hora de trabajo por una hora de clase que le da una maestra de piano, y esto es tanto, y tan crucial, como decir que las personas, en esta época incierta, han logrado ponerse por delante del dinero. La crisis, en suma, resucita cada día valores que había sepultado la bonanza económica, valores como la solidaridad, la compasión y el espíritu de sacrificio, que convendría conservar el día en que la crisis se aleje y volvamos todos a ignorar al vecino, y a mirarnos abismados el ombligo».

Jordi Soler es escritor. El reverso de la crisis, publicado por El País, 12-5-2013