En un blog de teatro, hoy toca hablar de fútbol. Ayer se jugó la final de la Copa del Rey y mi equipo, el Athletic de Bilbao, resultó justo perdedor ante un extraordinario equipo, el Fútbol Club Barcelona. Todos coinciden que está haciendo el juego más bonito del mundo y poco pudo hacer nuestro equipo, demasiado tosco y bisoño, con seis jugadores en el campo de menos de 22 años.

El espectáculo fue impresionante, teatral, vibrante. Una puesta en escena espectacular. Ahí los del Athletic estuvimos de diez, como todo el mundo ha reconocido, y contribuimos a engrandecer el torneo, como siempre hemos hecho.
Estoy feliz por haber llegado hasta allí, por haber dado un ejemplo de deportividad después de que el anterior enfrentamiento hace 24 años años acabara en un espectáculo nada edificante. Y, demonios, porque el resto del fútbol del país (y mira que han derrochado esfuerzo, dinero, maniobras, leyes, fichajes) ha necesitado 111 años para destronarnos como Rey de Copas. No está mal nuestro récord. Ahí queda. A ver quién lo iguala.

Hay dos modelos de equipos de fútbol en el mundo: en uno de ellos está el Athletic; en el otro, todos los demás. Nuestra grandeza y superioridad no la marcan los títulos (24 copas, 10 ligas, un montón de records, que tampoco está mal) sino el tiempo. En esta carrera tan singular, llevamos 111 años de ventaja a todos los demás. Ayer, de hecho, volvimos a ganar, porque nos distanciamos un día más del resto de equipos del mundo. Hoy volveremos a hacerlo. Y mañana, y pasado, y al otro. Sabemos que ello provoca recelos, envidia sana e insana, admiración con la boca grande y pequeña, y que pone en evidencia a quien no puede, no quiere, no sabe, no se atreve… Lo asumimos.

Soy del Athletic porque es una forma de entender la vida que forma también parte de mi ideología: soy de los que cree que no todo vale en la vida ni todo puede ser objeto de compraventa. No me gustan ni las modas, ni el dinero, ni los mercenarios, ni la uniformidad grisácea que se nos quiere imponer, ni la masa, ni la igualación por abajo, ni la falta de amor propio. Me gusta el Athletic porque se autoimpone límites para reconocerse a sí mismo y porque eso le da menos triunfos que mística y leyenda. «Los equipos de fútbol han perdido el alma, excepto el Athletic», escribió Manolo Alcántara. Bien escrito está.

Como mi posoperatorio está siendo muy incordioso y desesperante, no he podido contestar a las llamadas, mensajes y correos que me han mandado desde Andalucía, Madrid, Pamplona… Sólo contestaré a uno, bastante faltón, que me llegó ayer. No viene firmado ni conozco el teléfono, pero me reafirmó en lo que soy y pienso. En ese sentido, quiero agradecérselo al que lo mandó. Decía así:

«Ha sido un placer. 25 títulos x 23. Decepcionante athletic, pero donde no hay donde rascar.. Eso si, los mejores en patadas… Hasta dentro de 25 años y recuerdos a la gabarra..»

Te diré, anónimo mensajero, que te falta la clase que atesora tu equipo y ahí tienes un problema, aunque no te hayas enterado de que lo tengas. La clase no se puede enseñar ni se puede aprender, ni siquiera la podrías alcanzar pagando, como seguramente consigues lo que posees. Ni la obtendrías por mímesis viendo el comportamiento ayer de futbolistas como Pujol o Xabi, que demostraron su categoría jugando y, sobre todo, como vencedores.

Te diré también que el Athletic tiene 24 títulos de copa, digas tú lo que digas y diga lo que diga la Federación Española (esa que tantas putadas le ha hecho al Barça a lo largo de la historia, y la misma que ha mantenido 71 años, hasta 2008, el criterio franquista de no reconocer al Levante el título de la Copa de la República que ganó en 1937). Son 24, la que tú nos ninguneas está en nuestras vitrinas y nos da lo mismo lo que digas tú, por supuesto, y lo que diga el resto del mundo, como venimos demostrando desde hace 111 años. Pero te daré dos argumentos de autoridad para ello. Los proporcionaron, chaval, Laporta y el Fútbol Club Barcelona. La víspera lo dijo tu presidente: «Estamos empatados y mañana (por ayer) desempataremos». Y lo demostró el club repartiendo a sus jugadores, al acabar el partido, una camiseta con el número 25 y la leyenda Rey de Copas, en catalán. Si tu club hubiera seguido el franquista argumento de la Federación y tuyo, la camiseta la hubiera repartido hace 11 años, cuando ganó su anterior final, ante el Mallorca. Pero en fin, Salamanca no presta.

Daré recuerdos a la gabarra de tu parte (mantenemos el símbolo, que no está en venta) y espero verte dentro de 25 años, ojalá que sí, en otra final, porque esa es la media con la que nos hemos enfrentado en este tiempo, 5 en 111 años. Y que gane el mejor. Cuida la concordancia gramatical en tus escritos, por favor, y te ofrezco la frase que me mandó una buena amiga casi a la vez que tú me escupías las tuyas: «Recuerda que la estética del perdedor, e incluso su ética, son mucho más literarias».

¡AUPA ATHLETIC!