Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Las harpías en Madrid», con Nuria González, en el Festival de Teatro Clásico de Olite
CRÍTICA TEATRO
LAS HARPÍAS EN MADRID. Producción: Pérez y Goldstein – Chácena – Flower Power – Degira espectáculos (Madrid). Autor: Fernando J. López, adaptación libre de la novela homónima de Alonso Castillo de Solórzano. Dirección: Quino Falero. Intérpretes: Nuria González, Marta Aledo, Natalia Hernández, Paco Déniz y Juanan Lumbreras. Escenografía: Mónica Boromello. Vestuario: Lupe Valero. Lugar: La Cava del Castillo de Olite. Fecha: Viernes 5 de agosto. Público: 400 espectadores, lleno.
Feminismo “avant la lettre”
Castillo Solórzano debe su pequeño hueco en el Parnaso literario castellano a la novela, pues es un autor teatral menor del ciclo de Lope, varios escalones por debajo de los más solventes epígonos del Fénix como Guillén de Castro, Mira de Amescua, Ruiz de Alarcón o Vélez de Guevara. Ignacio Arellano subraya la “ineficacia dramática, incongruencia constructiva, falta de conflictos y afuncionalidad de elementos” de su corpus teatral, debida en gran parte a que vuelca a las tablas sin talento ni imaginación los modelos narrativos que cultivó con tino en la novela. En muchas de sus obras, y curiosamente también en la que nos ocupa, pone en boca de sus personajes las dificultades del dramaturgo no consagrado para hacerse atender por los empresarios teatrales, fruto más de un resentimiento vital que de una clara autoconciencia de sus limitaciones como comediógrafo. Se conserva un auto sacramental, cinco entremeses y siete comedias (varias de magia, un subgénero muy menor), de las que el estudioso sólo salva dos, por ser de las primeras de figurón, donde aparece ese personaje engreído, fatuo y pedante, de probada comicidad. Son El marqués de Cigarral (1630), cuya originalidad es que no inserta al protagonista en trama de capa y espada, y El mayorazgo figura (1637), interesante porque el personaje no es tal, sino un gracioso que se disfraza de figurón para pasar por tonto y escarmentar a una dama codiciosa. En cualquier caso, muy lejos de las obras maestras del género, como El lindo don Diego, de Moreto, o Entre bobos anda el juego, de Rojas.
A Olite llega una adaptación muy libre de una de sus novelas picarescas, interesante porque no está situada en “barrios bajos” sino en ambientes mundanos y por estar protagonizada por tres mujeres, una viuda y sus dos hijas, que se dedican a sablear a caballeros incautos. El trío deja Córdoba después de haber perdido la oportunidad de enriquecerse pues ha muerto en duelo el caballero al que “cultivaban” y se trasladan a Madrid, donde cada hija “trabaja” a un figurón: un rico comerciante genovés con ínfulas de comediógrafo dispuesto a estrenar a cualquier precio el pestiño que ha escrito y un noble cuya verborrea sobre la templanza oculta un talante libidinoso. Las tres mujeres tiran del repertorio al uso –flirteos, mentiras, morritos, juegos de seducción y disfraces– para ocultar sus añagazas y desplumar a esos ingenuos.
La adaptación es de Fernando López, autor con notable pulso para la comedia, como se pudo apreciar en De mutuo desacuerdo, programada en Auditorio Barañain el año pasado. Aquí reelabora el material narrativo y da viveza e interés a la trama al intercalar las dos acciones dramáticas y lograr mezclar ambas al final, pues las mujeres consiguen enfrentar a duelo a los figurones al objeto de consumar el robo. La singularidad de esta versión es que modifica las intenciones primigenias del autor, pues si Las harpías en Madrid se publica como advertencia para incautos, aquí se arrincona lo que tiene de amoral el comportamiento del trío y se justifica con un alegato sobre la libertad de la mujer en una sociedad machista que las relega a la condición de juguete. Un feminismo “avant la lettre” que se cuela en los diálogos entre hermanas y se vuelca directamente al público por boca de la madre, a modo de breves discursos entre escena y escena. Es la principal pega del montaje: un mensaje igualitario en exceso reiterado y subrayado. Y quizá le falta también a la obra un poco más de punch en la resolución de los dos episodios delictivos, pues a pesar de los reiterados temores que las mujeres expresan al riesgo de emplumamiento y prisión si las descubren y denuncian, en ningún momento la acción transmite ese peligro. A favor del adaptador, el esfuerzo por lograr hacer creíbles unos diálogos que llegan de la novela en exceso recargados y barrocos, y que no facilitan el trabajo actoral.
Destaca la interpretación de la madre, una excelente Nuria González, quien aprovecha su rostro y voz de perfiles “duros” para emanar autoridad disfrazada de caballero pero, a la vez, exhibir su ductilidad para este papel de mujer inteligente, taimada y no exenta de sarcasmo. Logra dar matices y color a todas sus reflexiones sobre la condición de la mujer y luce magnetismo suficiente para dominar la escena cuando ella la protagoniza. También está deliciosa Marta Aledo, una actriz con extraordinaria vis cómica y una capacidad innata para colocar la réplica, por lo que logra encabezar el ranking de carcajadas arrancadas al público. Interpretando a la hermana iletrada, es trinchante su escena engañando al aspirante a dramaturgo a pesar de sus continuas meteduras de pata y, en el rol de graciosa, cuando simula ser la criada de su hermana. Juanan Lumbreras, de la “factoría Sanzol”, es un sobresaliente actor cómico gracias a una gestualidad de cuerpo y brazos excesiva pero creíble, un rostro de gran expresividad y la calidad de su dicción. Marta Aledo, la hermana intelectual y leída, compone una divertida figura de dama ingenua en apariencia, aunque tiene dificultades de proyección de voz en varias escenas y sufre el lastre de bregar con un personaje en exceso redicho. Paco Déniz pone acento al comerciante genovés con ínfulas y logra proyectar la evidente ridiculez del personaje.
Quino Falero ha apostado por una dirección no realista que le permite imprimir un ritmo muy vivo a la acción y rápidos cambios en escena. Poco afortunada es una escenografía tópica, a base de muebles y bargueños atrezados que permiten alguna mínima sorpresa (como convertirse en bañera en una ocasión), pero de poca gracia, difícil manejo y sin capacidad de singularizarse para cada escenario que pide la trama. Además, obliga en varios momentos a actuar de espaldas al público, lo que dificulta la inteligibilidad de los diálogos. El público río en muchas ocasiones y aplaudió con fuerza una representación que se vio dificultada por un viento que estropeó la iluminación y dificultó el manejo del rico vestuario, pero que logró enganchar desde el minuto uno.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias de Navarra el domingo 7 de agosto de 2016.
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