«No hace falta recordar el evidente parentesco de tantos cuadros de Hopper con las atmósferas del film noir, del cine de suspense o del género de terror: eso constituye gran parte de lo que nos atrae irresistiblemente hacia el pintor norteamericano. La afinidad más profunda entre Hopper y el cine se cifra en la configuración del tiempo psicológico. Hopper es un maestro en la creación de situaciones donde no sucede nada todavía. Su prototipo es la espera de los espectadores sentados en el teatro antes de alzarse el telón. Pero Hopper proyecta esa tensión expectante sobre cualquier momento vacío de la vida cotidiana, incluso cuando sus personajes no esperan nada determinado.

«Hopper nos fascina porque lo que la mayoría del público busca en la pintura, como en la novela y en el cine, es precisamente eso, un mundo, un espacio habitable, una ventana a través de la cual asomarnos a otras vidas, y la posibilidad de vivir esas vidas imaginariamente y la esperanza de que finamente nuestra propia existencia, con toda su grisura, se convierta súbitamente en otra cosa».

Guillermo Solana, director de Museo Tyssen-Bornemisza, en El País. 29-12-12