Teatro español: el viaje a ninguna parte

Artículo de MARCOS ORDÓÑEZ publicado en El País el 24 de noviembre de 2011.

Querido amigo: Mal que bien, seguimos con la gira, cada vez más anémica. La verdad es que nos están dando por todos lados. El bolo en el sur se ha ido a hacer puñetas. Por lo menos el tío del Ayuntamiento tuvo el detalle de decirnos (o se le escapó, no sé) que allí no iba a cobrar ni el Tato.
– Es que no tenemos dinero. ¿Qué se os ocurre?
– Pues lo que se nos ocurre es no ir.
«No, tíos, no podéis hacernos eso, que nos dejáis sin programación… Mira, os haremos un contrato, pero para cobrar dentro de un año y medio». «Vale, muy bien, aceptamos el contrato pero si nos llevamos una parte de la taquilla para cubrir gastos». Y va y nos dice: «Huy, hijo mío, qué más quisiera yo, con la de agujeros que tengo que tapar». O sea, que no fuimos. Parece que los cómicos, que hemos sido pobres de solemnidad toda la vida, ahora tenemos que levantar el país.

Sabrás que en las últimas temporadas se han producido en España unos 1.200 estrenos al año en más de 1.500 espacios. La mayoría son teatros públicos de provincia, lo que quiere decir que buena parte de la actividad de las compañías se produce en gira, no en las temporadas de las grandes ciudades. Desde que comenzó la famosa crisis, un elevado tanto por ciento de los teatros municipales no pagan lo que compran. Algunos, los más sensatos, no compran porque no tienen dinero. Y otros, como en el pueblo del sur, utilizan el dinero de la taquilla para pagar los contratos de la luz o los sueldos de los empleados del Ayuntamiento. Taquilla que, por cierto, tampoco es ninguna bicoca, porque las entradas se venden «a precios políticos», o sea, muy por debajo de su precio real.

Durante una época, cuando de las arcas públicas manaba leche y miel, la baratura de las entradas no nos afectaba porque la mayoría cobrábamos unos cachés más que potables y unos pocos los cobraban potabilísimos, pero ahora ni cobramos cachés; ni la taquilla, cuando la cobramos, nos permite salir de apuros. Y ya veremos qué pasa con el público, porque se han acostumbrado a esos precios y no pueden subírselos de repente. Bueno, poder pueden, pero la gente se va a quedar en casa.

Así las cosas, muchas compañías no tienen funciones y han de echar el cierre, o no les pagan y han de echar el cierre también. Tú calcula que un empresario de compañía o un promotor privado ha de costear todos los gastos del bolo (que van desde los viajes y el transporte de la escenografía hasta, a menudo, los programas de mano) así como los sueldos, Seguridad Social y dietas de actores y técnicos. Y lo más chocante de todo, el IVA, a menudo sin haber cobrado la actuación. No puede haber mayor paradoja: por un lado, la Administración no te paga y por otro te exige el IVA de un dinero que no has recibido. Hay empresarios que han ido a los ayuntamientos con un notario para que levantara acta del impago, pero son los menos, porque eso supone perder más tiempo y más dinero.

Hace poco, una concejala de Cultura de un Ayuntamiento de Levante encontró la piedra filosofal para recortar presupuestos: «A partir de ahora», dijo, «la programación la haremos con las compañías de aficionados de cada localidad». Pensamos que era una salida de pie de banco, pero encontró eco. A los cuatro días, otro consejero de Cultura dijo que a partir de ahora los bolos se pagarían a 1.500 euros, que o lo tomaban o lo dejaban. Yo no tengo nada en contra del teatro amateur, pero la jugada está muy clara: miseria absoluta. No les importa que el teatro sea bueno o malo, amateur o profesional. Lo único que les importa es pagar a precios de derribo. ¿Qué puedes montar con esa cantidad? Claro, tendrán que ir ilegales todos, sin Seguridad Social, sin nada, con cuatro focos porque no puedes ni pagar al técnico de luces. Eso es volver a los días de El viaje a ninguna parte.

Dicen que la industria privada va a «entrar», todavía no se sabe muy bien cómo, en muchos de esos teatros municipales. Puede que sea una buena idea, aunque pienso que si no nos han llamado nunca no veo por qué van a hacerlo ahora, ni sé si me va a convenir. A unos compañeros les contrataron la primavera pasada para actuar tres semanas en un teatro de empresa privada. Les dijeron que tenían que estar muy contentos porque aquello no pasaba todos los días. Y lo estaban, porque cada noche veían la sala bastante llena. La felicidad se acabó cuando comenzaron a llegar las liquidaciones: el promedio indicaba que entre ofertas, descuentos, promociones y jubilados (que no es que sea el mejor público) estaban vendiendo las entradas a nueve euros. O sea, que llenar llenaron, pero acabaron perdiendo dinero.

Lo peor es que se te queda cara de tonto cuando te dicen que el teatro español vive uno de los momentos más brillantes de su historia. Es cierto que sigue habiendo mucha creatividad y mucho empeño, pero con esa excusa están recortando a tajo. Yo digo que más que crisis hay caudales muy mal repartidos, porque con los presupuestos públicos se siguen haciendo espectáculos carísimos. Los teatros nacionales no han cambiado su estructura paquidérmica, con montajes grandes (que no es lo mismo que grandes montajes), casi siempre para lucimiento de sus responsables, escenografías inamovibles y, por tanto, escasa o nula posibilidad de gira: se ven uno o dos meses allá donde se hicieron y se acaba la historia.

Y luego se te pone todavía más cara de tonto cuando te dicen: «No te quejes, que con eso de las subvenciones vivís de la sopa boba». Es como lo de los maestros, que no llegan a fin de mes pero tienen tres meses de vacaciones. Hablando de subvenciones: ahora, en noviembre, están a punto de hacerse públicas las que pedimos, porque son anuales. Lo cual quiere decir que para poder cobrar has de estrenar antes del 31 de diciembre: por tanto, tienes un mes y pico para montar y presentar un espectáculo. Y antes no has podido prepararlo, obviamente, porque no tenías la pasta, y ya no te arriesgas a pedir otro crédito. Y tampoco puedes decirles a tus actores: «No cojáis esa serie o esas sesiones de doblaje, que un verdadero actor ha estar haciendo teatro aunque se muera de hambre: ya cobraréis una décima parte cuando llegue la limosna del ministerio o de la comunidad». Porque eso es lo que es, llámale limosna o llámale pedrea. Y fíjate que, pese a todo, a muchas compañías les sale más a cuenta pedir una subvención y hacer un nuevo espectáculo que seguir con el del año pasado, porque no tienen dónde colocarlo: por eso también se hacen tantas funciones innecesarias y tienen una vida tan corta. Yo siempre he recelado de la cultura subvencionada, pero todavía desconfío más de la famosa ley del mercado. El mercado es una apisonadora que lo iguala todo. Lo primero que un programador te va a pedir son nombres: actores «populares», mayormente de televisión. Es muy, pero que muy difícil, estrenar una obra con actores desconocidos. Y tanto si eres director como autor te van a pedir comedia, comedia por encima de todo, que la gente lo que quiere es divertirse y olvidarse de la que está cayendo, y si es con tres personajes mejor que con cuatro, y si es un monólogo con ese chico o esa chica que presenta un concurso, pues mejor que mejor. Y luego, a esperar, porque no hay bastantes salas. Un proyecto puede tardar dos años en estrenarse, y pilla tú a los actores pasado ese tiempo. Y los programadores quieren ver la obra en Madrid o en Barcelona antes de llevarla de gira, cuando antes era al revés: primero ibas de gira y luego «entrabas» en la capital.

Nosotros no es que hagamos un teatro raro ni difícil, pero en tiempo de crisis todo lo que no sea instantáneamente rentable pasa a ser raro y difícil. Yo no sé cuál es la solución, porque no soy político ni empresario, pero sé que bajo el imperio de la rentabilidad inmediata nunca se hubiera estrenado Esperando a Godot ni muchas otras. Ni, ya puestos, se hubiera escrito el Ulises ni se hubiera rodado jamás Los Soprano.

Quizás todo lo que está pasando sirva para aguzar nuestro ingenio y encontrar nuevas formas de supervivencia. Quizás muchos nos quedemos en el camino y tengamos que dedicarnos a otra cosa. Corto y cambio, porque los temas son muchos y ya está bien de quejas. Mi padre, que es cómico viejo, dice que peores crisis vivió él, y que el teatro es como un corcho en mitad del mar: parece frágil y minúsculo pero no hay ola que se lo lleve al fondo. Ya se irá viendo. Recibe un fuerte abrazo.