Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Blanco sobre blanco», de la Compañía Finzi Pasca, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
BLANCO SOBRE BLANCO. Texto y dirección: Daniele Finzi Pasca. Intérpretes: Helena Bittencourt y Goos Meeuwsen. Diseño de iluminación: Daniele Finzi Pasca y Alexis Bowles. Diseño de la Firefly Forest: Daniele Finzi Pasca, Alexis Bowles, Hugo Gargiulo y Roberto Vitalini. Directora de creación: Julie Hamelin Finzi. Producción: Compagnia Finzi Pasca (Suiza). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Jueves 5 de noviembre. Público: 150 espectadores.
Poesía de la luz
La Compagnia Finzi Pasca ha participado en las ceremonias olímpicas de Turín y Sochi, lo que da una idea de su estatus internacional. Gira varios montajes a la vez por todo el mundo. Su trabajo parte del clown pero nombra a lo suyo como “teatro de la caricia” y técnica del gesto invisible y del estado de ligereza. Definiciones tan sugerentes y poéticas como sus puestas es escena. Sucede en ocasiones, y este es un caso paradigmático, que cuanto más impactante es visualmente un espectáculo más difícil es contarlo con palabras. El escenario del Gayarre se presenta ante el público como un bosque de lamparillas, el “Firefly Forest”, con luces que cuelgan del peine a distintas alturas o colocadas en soportes sobre el suelo. En ese bosque se mueven dos personajes, que simulan ser actriz y técnico del teatro. Son dos clownes heterodoxos pues su herramienta no es la mímica, sino la palabra. Ella no para de hablar en toda la función. Es un torrente de verbal. Vuelca su relato directamente sobre el espectador mientras se quita y coloca sombreros, hace acrobacias con su pareja, baila acompañada de unas muletas con botas, toca la guitarra, canta y crea melodías a base de sincronizaciones electrónicas, grabando estribillos que luego se acumulan como bases rítmicas y dobles voces… Acciones de aparente sencillez y muy bien ejecutadas.
Helena Bittencourt es brasileña y usa un español susurrante de acentos portugueses e italianos. Sorprende su dominio del idioma, porque su metralla de palabras fluye sin contratiempos. Cuenta a los espectadores un relato extensísimo, tierno y nostálgico, sobre dos personajes y sus peripecias sencillas, pero entrañables. “El amor es una enfermedad extremadamente infecciosa”, proclama. A veces sigues su discurso y otras te abandonas, porque estás más atento al dibujo del espacio escénico. Las luces se encienden y apagan, crean olas que vienen y van, figuras geométricas, paisajes surreales… La luz subraya el relato de la protagonista y se convierte en un personaje más, manejada por técnicos que son también grandísimos artistas. La pareja, en un momento dado, recoge la luz (no las bombillas) y la deja caer ruidosamente en unas bolsas de plástico. Mágico. No es un espectáculo sin palabras, como se anunció, sino que te deja sin ellas, blanco como el título y onírico como el mejor de los sueños.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el lunes 9 de noviembre de 2015.
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