DON QUIJOTE. Ballet Nacional de Cuba. Directora: Alicia Alonso. Programa: Don Quijote, ballet en tres actos. Música: Minkus. Coreografía: Alicia Alonso, Marta García y M. Elena Llorente, sobre el original de Petipa. Reparto: Viengsay Valdés, como Kitri; y Luis Valle, como Basilio, al frente. Fecha: 9 de octubre de 2015. Lugar: sala principal del Baluarte. Público: lleno (desde 5 a 36 euros).

Lo que siempre quedará de Alicia

La nueva visita de la querida compañía nacional cubana, con Quixote en el programa, terminó en apoteósico triunfo, pero no empezó así: el primer acto fue rancio de puesta en escena, algo desordenado en el cuerpo de baile, y sin espectacular brillo de solistas. En el segundo, cambió la cosa: se pasó a la suave elegancia de la gasa, con las bailarinas bien cuadradas y dos excepcionales intervenciones de las “demisolistas”. Y en el tercero, Viengsay Valdés desplegó la enorme sabiduría balletística que esta por encima del sorprendente virtuosismo y de la técnica, y que resume la historia, la trayectoria y la escuela de esta compañía; eso que siempre quedará de lo transmitido por su último mito, Alicia Alonso.

Don Quijote, es una obra que corre el peligro de quedarse en ese divertimento colorista de lo español, visto desde Rusia, y, aquí, a través de Cuba; y que a los españoles, a veces, nos da un poco de grima: por ejemplo, la estupenda orquestación que hace Minkus de la jota, se plasma en una coreografía un tanto desordenada. En ese primer acto, también resultó repetitivo -y no muy encajado en la simetría- el baile de los toreros y sus molinillos de capas. Es cierto que debemos mirar este clásico con cierta arqueología, pero, a través de un vestuario más sólido, y cierta mirada renovadora, se lograría que el poderío que, sin duda, tiene el cuerpo de baile masculino, llegara más contundente.

La ensoñación de las Dríadas, fue, sin embargo, elegante, de canónico ballet clásico, con una Estheysis Menéndez, -(y otras solistas, de las que no se facilita el nombre)- que traza una diagonal segura en puntas y etérea.

Y el tercer acto soltó toda la pirotecnia técnica del ballet en las diversas variaciones que siguieron a la boda: desde los cuatro primeros solistas, hasta el cuerpo de baile, pasando por dos rotundos goyescos, las siempre graciosas bailarinas de tutú de plato, y las soberbias intervenciones de los protagonistas.

Viengsay Valdés -que hasta entonces había estado bien, pero sin deslumbrar- logra una interpretación que, sin desdeñar las demostraciones virtuosas -el eterno plante sobre una punta trazando un semicírculo con la otra pierna, la lenta finalización de la pose, las fouettés, la “facilidad” de recorrido en puntas o saltos, la tranquilidad en el vuelo de la mano del partenaire- transmite música visual, ritmo, armonía en cada movimiento. Su baile aúna la más rígida disciplina de la academia, con la gracia, el señorío, la espontaneidad, la alegría y la elegancia que convierten en refinamiento lo que, a menudo, sólo es acrobacia. También Luis Valle, como Basilio, hizo un baile potente y que llegó al público. El resto -por ejemplo Jessie Domínguez, como Mercedes- tuvieron detalles muy buenos.