Crítica de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «El ministro», con Carlos Sobera, en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
EL MINISTRO. Autor: Antonio Prieto. Dirección: Silvestre G. Intérpretes: Carlos Sobera, Marta Torné, Javier Antón y Guillermo Ortega. Escenografía: Carlos González de la Fuente. Producción: Endemol, Arequipa y Doble Fly (Madrid). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 12 de septiembre. Público: Lleno.
Mister Bean y teleamigos
El público no era el habitual del teatro, sino que estaba conformado mayoritariamente por quienes acuden en masa a ver en persona a rostros muy populares por sus apariciones en televisión. El bilbaíno Carlos Sobera ha sido uno de los fenómenos mediáticos más contundentes de los últimos tres lustros por su telegenia y dotes de showman en la pequeña pantalla. Junto a él, Guillermo Ortega, el desgarbado dueño del videoclub de Aquí no hay quien viva; Javier Antón, muy conocido como “El Jonan” en los esquetches de Vaya semanita; y Marta Torné, que ha presentado programas en varias privadas y actuó en El internado. El espectador disfruta sólo con tenerlos delante y ríe las gracias que sueltan. Y sale feliz. Así funciona el mercado teatral en este país. Por si este público inhabitual no controla, la productora pone en la portada del programa de mano la siguiente leyenda: “Programa de mano”. Primera vez que veo algo así.
El ministro se desarrolla en un único escenario, un ático en un barrio obrero. La escenografía es contundente, de hecho, lo único salvable del montaje. Entran allí la chica que lo habita y un conocido político. Ella da clases a los hijos de éste y él, tras invitarla a comer, quiere beneficiársela. Cuando la medio convence y se ponen al tema, interrumpen los altavoces de la policía que llegan de la calle. Se está produciendo un atraco en una sucursal bancaria que por lo visto abre por las tardes. Entran por la ventana sucesivamente los dos pringados que han cometido el robo y que han escapado por un conducto del ventilador y trepado por la fachada, sin que la policía que rodea el edificio lo advierta. Uno es el ex novio de la chica y el otro, el amigo que la pretende. Ellos quieren escapar con el dinero y el ministro dejar el edificio pasando inadvertido.
Este manido planteamiento podía haber dado en un sugestivo enredo pero el resultado es dramáticamente lamentable, apenas un boceto de disparate cómico. La distancia entre El ministro y una comedia de Alonso de Santos o Galcerán, para que se me entienda, es la que puede haber entre el prospecto de un jarabe y El Quijote. Los personajes son planos y su psicología de una simpleza enervante. Todas las acciones que se suceden son arbitrarias y las reacciones carecen de lógica. La caricatura del ministro es de tebeo y se desaprovechan una a una todas las posibilidades con que la trama amaga, como las relaciones sentimentales de la chica o las rencillas entre los atracadores. Las entradas y salidas a escena de los cuatro son en general gratuitas y la falta de verosimilitud anula la tensión dramática.
Con estos mimbres, se busca la risa tirando de histrionismo. Carlos Sobera, exagerado en exceso, exhibe una colección de muecas que recuerdan a un Mister Bean de andar por casa, pero que el público ríe. Hay recursos más trapaceros –como las caídas del sofá y, sobre todo, los equilibrismos junto al alféizar, muy chabacanos– además de una variada gama de tacos y recursos escatológicos, como cuando el ministro se caga en los pantalones. Ortega y Antón han hecho mucho teatro y evidencian una notable seguridad en escena. Torné, más verde, tiene problemas con la proyección de la voz. A ninguno de los tres secundarios les ayuda el boceto de personajes que encarnan y lo incoherente de sus motivaciones.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 16 de septiembre de 2015.
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