Crítica de danza de Teobaldos en Diario de Noticias de «Orfeo y Eurídice», por el Ballet Nacional de Marsella, en Baluarte
BALLET NACIONAL DE MARSELLA. Programa: Orfeo y Eurídice; música de Gluck y coreografía de Frédéric Flamand, con escenografía, imágenes y vestuario de Hans Op de Beeck. Programación: ciclo de Baluarte.Lugar: sala principal. Fecha: 18 de abril de 2015. Público: tres cuartos de entrada.
El cuerpo de plasma
La historia de Orfeo y Eurídice no sólo ha atraído a muchos compositores de Ópera (de Monteverdi a Offenbach), sino a casi todos los grandes coreógrafos. Flamand y el ballet de Marsella nos proponen la muerte, búsqueda y redención del mito como si navegáramos por Internet: todo con pantallas de por medio, a través de las cuales intuímos, observamos sin poder alcanzar y traspasamos. El espectáculo, digamos que casi a partes iguales, se lo reparten los multimedia -de soberbia realización- y los bailarines -excelentes, sin duda, pero con luces y sombras en los movimientos estrictamente corporales-. De entrada, sorprende el perfecto encaje entre la pantalla, la proyección y los bailarines. Está muy lograda la inclusión de la compañía en los paisajes que se muestran y que vemos cómo se van creando por manos demiúrgicas; a modo del pathos sugerido por la tribulación del protagonista. Es, pues, una producción de verdadero lujo técnico, de manejo de aparatos escénicos, de atrezzo; a costa, a veces, de la emoción del cuerpo a cuerpo. El momento del allegro bailado por las furias, en el acto II, con el escenario despejado y una coreografía violenta, de amplio movimiento, ocupado todo el espacio por los bailarines, supone un alivio.
Se elige la versión, grabada, de Berlioz de 1859, con voz de contralto en el papel de Orfeo; y basada, claro, en la versión francesa de Gluck de 1774, que era con tenor (la italiana, de 1762, era con castrati, pero en Francia estaban prohibidos). Versión de cierto grosor romántico, que va bien al espectáculo. Destacan las evoluciones de “amor”, muy bailadas, de precisa rapidez, con giros y saltos muy bien realizados. Es cadenciosa y bella la danza de Eurídice, que se desenvuelve bien entre los bastidores de las pantallas, y se empareja con delicadeza o enfado -según su rol- en los pasos a dos con el Orfeo desdoblado. Los dos Orfeos -entre la oscuridad y la luz-, son de figura poderosa -mejor tratado, coreográficamente, a mi juicio, el más oscuro-, y evolucionan con movimientos expansivos y sueltos. Y, al cuerpo de baile, que pone físico al coro, se le ha dado una coreografía, en general, de movimientos poco concretados, sobre todo en los brazos, con trazas, en el escenario, un tanto dispersas; a veces difíciles de seguir, y que dan la sensación de repetidas, aunque no lo sean. Están bien conseguidos, sin embargo, los pasos diferenciados por grupos, como las familias de la orquesta.
No trata Flamand de seguir, estrictamente, el texto de la ópera, sino de reflejar los estados de ánimo de la ciudad que él entiende triunfante, en ruinas, infernal o melancólica. El solucionar las vocalizaciones de las sopranos con movimientos espasmódicos de brazos, o el paso del puente de luz, están bien, pero quizás no muy originales. Tampoco el vestuario -traje gris con corbata- da vuelo a las evoluciones, pero manda la estética urbanita. Sí que me gustó el optar por “no bailar” la famosísima aria Que faró sensa Euridice, y escucharla reverencialmente. Flamand se pregunta: ¿Qué estatus hay que darle al cuerpo en el actual entorno urbano? Esperemos que la respuesta no sea “el cuerpo de plasma”.
Por Teobaldos. Publicado en Diario de Noticias el martes 21 de abril de 2015.
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