Del infierno al paraíso. Dirección  y coreografía: Emiliano Pellisari y Mariana Pordeddu. Vestuario, iluminación y escenografía: Emiliano Pellisari Studio. Bailarines: M. Porceddu, V. Carrasa, S. Proietti, V. Filippello, D. Salvietto, F. Corsi. Programa: Del infierno al paraíso, basado en la Divina Comedia de Dante. Programación: ciclo de la Fundación Baluarte. Lugar: Sala principal. Fecha: 5 de febrero de 2014. Público: Lleno.

Poética de la ciencia

Todos hemos especulado al ver a los astronautas jugar con los bolígrafos, u otros objetos, flotar en la ingravidez, con la idea de volar, de ascender a los cielos como milagro evangélico, o, simplemente, de emular a los bailarines con la ventaja de superar sus saltos casi sin ilimitadamente. Esa es la idea del, sin duda fascinante, espectáculo que propone Pellisari: el coreógrafo y polifacético hombre de teatro, cine, y espectáculos en general. El artista italiano sigue la tradición del Renacimiento y el Barroco teatral, en los que los autores ofrecían las últimas novedades en maquinaria de tramoya para impactar, cada vez más, al público: desde Leonardo, hasta las veladas de Versalles. Pellisari nos ofrece la última maquinaria para aupar el movimiento a cotas antes no vistas. Habíamos tenido ilusiones visuales nuevas con Mómix, coreografías verticales con arneses más o menos sofisticados, trucos visuales de cámaras oscuras. Lo que Pellisari logra es el dominio de la ingravidez a través de esa máquina-pecera, donde los bailarines evolucionan con formas inverosímiles, y sorprenden con un extraordinario dominio técnico de esa forma de expresión, tan original y propia. Forma de expresión que, como todas, aporta un soberbio y nuevo espectáculo visual, pero también tiene sus limitaciones.

Se va a imponer, claro está, la horizontalidad de la figura flotando sin sustento, las repentinas subidas, las prodigiosas poses estatuarias, la geometría caleidoscópica, las arquitecturas oníricas formadas por los cuerpos, la magia, en definitiva, de lo nuevo. De ahí que la primera media hora es impactante. Pero, pasado el impacto, ese continuo fluir lento y sedoso por el magma ingrávido no bastaría para mantener la tensión en el público, así que se recurre al surrealismo de Magritte o Escher, y a diversos pasajes de la Divina Comedia, para articular un argumento -siempre más visual que narrativo- dentro del espectáculo. Y, por supuesto, también a la música, donde sale ganando la que está compuesta para el espectáculo -aunque a veces sea ruidosa-, porque ese movimiento siempre adagio, lento, que aporta la ingravidez, atrapa a los bailarines, y, por ejemplo, cuando se recurre a Rossini en el cuadro Italia, con su acelerando de la Gazza ladra, el movimiento y la música chocan. Tampoco tiene la contundencia esperada -con quedar bien, claro- la impactante música de La Consagración de la Primavera; o, incluso, el vuelo del Vals Triste. Es esa música étnica del propio estudio de Pellisari, un tanto indeterminada, la que mejor ilustra ese tipo de movimiento; también la horizontalidad ondulante de la polifonía.

Hay referencias, por supuesto, a las bailarinas, a las puntas, pero, indudablemente, libres, éstas, del peso y la presión de la gravedad, no tienen la emoción del riesgo. Es un espectáculo de danza, pero muy fronterizo con la magia, la acrobacia y el dominio de una técnica que aún no sabemos dónde llegará, que, sin duda podrá combinarse con otras más convencionales -aquí se hizo, con leves intervenciones de los bailarines en el proscenio de escenario- y que, sin duda darán juego en el futuro. El público, un tanto asombrado, al principio, trató en reaccionar; aplaudiendo los diferentes números un tanto tímidamente. Pero al final otorgó a los protagonistas un rotundo aplauso.

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