Obra: Leo. Compañía: Circle of Eleven. Director: Daniel Briere. Idear original e intérprete: Tobias Wegner. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 19/05/2013.

90º AD

Circle of Eleven trae al Gayarre una pieza para subirse por las paredes. Ellos. Él. El actor y firmante de la idea original del espectáculo, Tobias Wegner. El público no. El público lo puede ver cómodamente sentado en su butaca, si bien es cierto que su percepción de lo vertical y de lo horizontal termina por quedar algo trastocada. La propuesta es simple, al menos inicialmente: la escena dividida en dos mitades; a la derecha, Wegner en lo que sería casi la síntesis de una habitación universal: tres proyecciones, altura, anchura y profundidad. Colores planos y sin más adorno que una desnuda bombilla al fondo. Wegner comienza la función tumbado en el suelo, con las plantas de los pies apoyadas en la pared a poco menos de medio metro de altura. Pasemos ahora al lado izquierdo de la escena. En una gran pantalla, una proyección corrige verticalmente la postura del intérprete. Para usuarios del Photoshop, gira 90º AD (a dextrorsum, o sea, hacia la derecha) lo que sucede en el espacio contiguo. En la proyección, vemos por tanto a Wegner sentado naturalmente, con la espalda contra la pared. Cualquier desplazamiento que, en el lado real, el intérprete ejecute sobre el suelo se verá en el espacio virtual como si se realizara por la pared, desafiando en apariencia las leyes de la gravedad. Sencillo, ¿no?

Bueno, pues esta idea tan sencilla le valió a Circle of Eleven un buen puñado de galardones en el Fringe de Edimburgo, uno de los festivales de la capital escocesa, el más importante en número de espectáculos, que superan los 2.000 en tres semanas. El programa del Fringe suele tener el grosor del listín telefónico. Lo comento porque destacar entre tal número de propuestas es señal inequívoca de calidad. Y me da cierta pena ver una entrada tan discreta en el patio del Gayarre en una ocasión tan propicia.

En fin, que estaba hablando de sencillez. En una obra en la que las apariencias son tan importantes, la simplicidad es también aparente. Porque el trabajo de Wegner requiere una fortaleza física extraordinaria, amén de un minucioso sentido de la coordinación y de una precisión extrema en el movimiento para que funcione el juego propuesto. Además, hay una brillante concepción del espectáculo, que parte, como hemos dicho, de lo más elemental, para ir añadiendo elementos en un desarrollo que busca la sorpresa de lo inesperado. Wegner exprime la idea inicial de crear esa ilusión de ingravidez, probando toda suerte de posiciones y teniendo cuidado de huir de las repeticiones. Pero llega un momento en el que el público presiente que la cosa no va a dar más de sí. Antes de que el encantamiento se agote, Wegner empuja la acción en un nuevo sentido, sobre el que, de nuevo, va construyendo progresivamente un pequeño microcosmos con el que interactuar: primero, con una simple tiza, con la que va llenando el vacío de las paredes, y creando nuevos elementos con los que jugar; después, con otros objetos surgidos casi mágicamente de su inseparable maleta; y finalmente, con una proyección superpuesta en la que algunos de los elementos dibujados cobran vida propia. Un estupendo colofón a un espectáculo en el que imaginación y físico se conjugan para ofrecer un resultado sorprendente y muy entretenido.

Pedro Zabalza en Diario de Noticias y en oscurofinal.wordpress.com