Hamlet, de William Shakespeare. Dirección: Will Keen. Con Alberto San Juan, Will Keen, Javivi Gil, Pablo Messiez, Gorka Otxoa, Pau Roca, Yolanda Vázquez y Ana Villa. Viernes 16 de noviembre de 2012. Teatro Gayarre. Lleno.

Flauta Hamlet

Tocar la flauta no es fácil. Un agujero tapado a medias, una falta de precisión a la hora de alternar los dedos, un soplido a destiempo, y un chirrido infame puede arruinar la melodía más armónica. Pues bien, qué decir de un hombre. Comprender sus motivaciones, desvelar sus secretos, hacerlo sonar, en definitiva, resulta mucho más complicado. El símil «flauta-Hamlet» se lo suelta el príncipe de Dinamarca a su buen amigo Rosencrantz (¿o era a Guildenstern? Bueno, poco importa), y es una de las partes más conocidas (si hubiera alguna parte de la que, a estas alturas, pudiéramos decir que es desconocida) de la obra de Shakespeare. Una obra, Hamlet, que se ha convertido casi en la Obra con mayúsculas. En la pieza de teatro que parece que hay que hacer para doctorarse.

Si Hamlet es la obra, Hamlet es el Hombre. Sus dudas, sus obsesiones, y también su locura, por qué no, lo convierten en firme candidato al principado de la Humanidad. Y como personaje-hombre, también resulta muy complicado hacerlo sonar sin que desafine. Alberto San Juan es el encargado de ejecutar la melodía hamletiana en esta versión dirigida por Will Keen. Pocos actores se me podían ocurrir para interpretar a Hamlet más adecuados que San Juan. Esa capacidad demostrada para imprimir a sus personajes un tono sereno, atormentado, nervioso, o serio, pero sin descartar una interesante veta de vis comica cuando se requiere, lo hacen a priori una excelente elección. Y, sin embargo, me da la sensación de que en este Hamlet suenan notas desafinadas. San Juan presenta a un Hamlet en estado de turbulencia permanente, de hablar entrecortado y súbitos arrebatos de furia; siempre al borde del desmayo, a veces de manera casi literal, y, habrá que decirlo, con un punto de excesiva afectación. Parece en algunos momentos una figura de cristal a punto de quebrarse, y en otros, deja vislumbrar la amenaza de cortar con el filo de los añicos a todo el que se le acerque. Pero no veo apenas la otra parte de la naturaleza hamletiana, la del tipo racional en su locura, que, sacudido por la incertidumbre, sigue las líneas de un plan, aunque sea para lanzarse de cabeza al infierno. Me gusta cuando se pone provocador ante Claudio, como si el espíritu de Yorick, el bufón, se apoderara de su cuerpo, pero hay ocasiones en las que habría que contener ciertos ramalazos humorísticos que llevan la obra hacia terrenos peligrosos.

Tres cuartos de lo mismo me pasa con la puesta en escena de Will Keen, cuyos cambios de escena me parecen soberbios las más de las veces, con giros del punto de vista, transformaciones repentinas del espacio con los elementos justos transportados casi por arte de magia; o hallazgos tan magníficos como el de la tumba de Ofelia con el vestuario de la reina Gertrudis. Pero esa pretensión de hacer salir actores de los sitios más inesperados me resulta de un efectismo innecesario y algo cargante, y la escena del duelo final me pareció algo desmañada.

En el resto del reparto, destacaría a un estupendo Javivi Gil, que le da a Polonio el toque justo, sin pasarse ni por un lado ni por otro, de humor (ahora sí) y contención. No le cogí el aire al Claudio que se reserva el propio Keen, bien por un fraseo algo vacilante, bien por un temperamento de sube y baja que no terminé de comprender. Mejor me pareció la Gertrudis de Yolanda Vázquez, que, en la escena que comparte con Alberto San Juan antes de la muerte de Polonio, marca uno de los puntos álgidos de la tragedia. Correcta Ana Villa dando vida a Ofelia, aunque Hamlet podría haberle ofrecido unas gotas de convicción para su locura. Me gustó también la multifuncionalidad de Antonio Gil y de Gorka Otxoa para dar vida a todo el amplio catálogo de secundarios, y, aunque pueda discutirse que sea siempre pertinente, creo que está muy bien aprovechada su capacidad para el humor.

Pedro Zabalza