- by Victor Iriarte Ruiz
- on 7th mayo 2008
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Carmelo Gómez defiende el compromiso del actor
Carmelo Gómez no entiende a quienes critican a un actor por mostrar un compromiso por causas como la guerra o el Sáhara. Pero, sobre todo, no comprende a quienes le adulan por su este compromiso. A su juicio, un actor es comprometido “porque es un amante de la vida, de lo bueno y de lo malo”. Gómez participó en la serie de conferencias del Festival Teatro Gayarre: Otras Miradas, Otras escenas, que tienen lugar en la Escuela Navarra de Teatro.
Apenas había tenido tiempo de vaciar las maletas, tras un viaje con otros actores al campo de refugiados del Sáhara, y Carmelo Gómez quiso pasarse por Pamplona para dar dos consejos a los estudiantes de interpretación. El primero, que se olviden de querer ser “estrellas” de la interpretación; el segundo, que busquen el “compromiso”.
“Yo he sido muy famoso, la gente me paraba por la calle, y ahora lo soy menos. Entiendo que al principio un actor quiere ser estrella, pero no puede llegar a evadirle. Uno puede ser estrella de muchas formas, y si no hay algo que lo sustente cuando la fama pasa no puede aguantar la frustración”, explicó. Y frente a ese deseo de llegar a la fama, opone otro, el de “comunicar”. “No queráis ser una estrella, sino un actor. El actor quiere comunicar y la estrella quiere un resultado”, dijo.
En ese trabajo de “comunicar” sobre un escenario, el actor “no puede dejar que lo que pasa a su alrededor pase desapercibido”, porque “tiene un compromiso con la vida, es un amante de lo bueno y lo malo de la vida. Conocer el sufrimiento, fijarse en la señora mayor que pasa la calle nos ayuda a la hora de hacer un papel. El actor se mete dentro de los personajes, se compromete con un personaje para que nadie pueda dudar a la hora de la función es verdad”, explicó Gómez. Y, en este compromiso, el intérprete tiene una ventaja, ya que “sobre el escenario puede mirar más fácilmente a la cara a temas tan duros como la muerte”.
Carmelo Gómez reniega de quienes critican o adulan la presencia de los actores en manifestaciones contra las guerras o, más recientemente, la visita de varios actores españoles al campo de refugiados de Sáhara. “Fui a Sáhara para conocer y comprender el dolor, pero no quise ponerme a llorar frente a una cámara. Hay que entender que se produce en torno a ese dolor, pero no como algunos que lo convierten en un parque de atracciones”, aseveró. De todos modos, indicó que el actor debe ser comprometido ante estas causas “sin llegar a ser pesado”, y sabiendo distinguir el cine de la reivindicación: “El cine no es para reivindicar causas, sino para dar un punto de vista sobre una realidad”. En este sentido, renegó de aquel teatro o cine realista que “quiere copiar la realidad y si resulta que hay una violación hay que mostrarlo con cuanta más sangre mejor”. Frente a ello, apuesta por un trabajo en el que el actor “se comprometa con el personaje y consiga hacer carne lo que está escrito en el texto o el guión. El actor da luz al texto, llena las frases que dice de contenido y para ello tiene que conocer al personaje”. También aportarle su propia visión. “Hay tantos puntos de vista sobre una cosa como actores. Un actor no es como un científico, que analiza unos datos. Introduce todos los datos que tiene del personaje en un horno y días después llega un resultado, que es diferente según el actor”.
En su última película, La casa de mi padre, Gómez encarnaba a un pelotari y cuando salía del rodaje no dejaba de tocarse las manos, «como si las tuviera destrozadas de jugar a pelota mano”. El objetivo final es, añadió Gómez, “conseguir que el público se crea que un cartón de fondo es Inglaterra o que Hamlet pudo haber sido mujer. Es un trabajo que no está reconocido porque no queda escrito y termina con cada actuación, pero es bonito porque logra hacer que un texto esté vivo”.
Gómez destacó que “un actor tarda mucho en hacerse” y recordó sus comienzos en la interpretación, cuando utilizó “como excusa” una “bronca” con su padre para coger las maletas e ir a estudiar interpretación a Madrid. Y en la escuela de arte dramático logró hacerse con un pequeño papel en la película El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez. “Pedían un papel de paleto y se fijaron en mí. Pero cuando me aprendí la frase que tenía que decir, resulta que me cambiaron el texto… y fue un gran problema”, rememoró entre sonrisas. De su última visita a Pamplona, cuando representó en el teatro Gayarre La cena, destacó el “caluroso” recibimiento del público, que durante días llenó la sala.
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