Crítica de danza de Teobaldos en Diario de Noticias de «Giselle», en Baluarte, con el Ballet de Minsk
GISELLE. Autores: Ballet del Gran Teatro de Minsk. Uriy Troyan, director artístico. Programa: ballet en dos actos con música de A. Adam y coreografía de Coralli-Perrot-Petipa. Con Marina Vezhnavets como Giselle e Igor Artamonov como Albert, al frente de un extenso reparto. Programación: ciclo del Baluarte. Lugar: Auditorio principal. Fecha: 2 de diciembre de 2015. Público: lleno (36, 28, 18, 5 euros).
Una correcta caligrafía
Repaso la última visita de esta compañía (2012) a Baluarte y me reafirmo en la más que correcta caligrafía de su cuerpo de baile -abordar un gran clásico con la impronta de la escuela-, en la calidad de los demisolistas, y en la incertidumbre de las estrellas protagonistas, de indudable nivel siempre, pero de desigual resultado. En este caso, la Giselle de Marina Vezhnavets se nos ha quedado un poco corta.
Este ballet ha perdurado en el tiempo porque mezcla, hábilmente, la pantomima, el divertimento campesino y la danza clásica; porque sus leitmotiv musicales, asignados a cada personaje, nos conducen magistralmente por la narración; y porque divide muy bien, en sus dos actos, el mundo real y el de la ensoñación; con una escena de la locura -como en las operísticas Lucia o Sonámbula– que hace de puente entre ambos mundos. O sea, puro romanticismo.
Es cierto que la primera media hora de pantomima -donde no se baila- se nos hace un poco cansina; pero esta obra es así; y al compositor se le pide que los bailarines canten gestualmente el argumento. Sí que es cierto que, en versiones más neoclásicas, ya desde la aparición del tema de Giselle se baila; pero estamos ante una muestra filológica. El apartado colorista de la caza y los campesinos resultó lucido, porque el cuerpo de baile se mueve en todo momento con una buena ortografía en los desplazamientos, las posiciones simétricas, las ruedas y la diagonal entrecruzada. Muy bien el solo de la campesina, que está por encima de la propia protagonista en exigencia; y también los pasos a dos, y los pasos a cuatro, tanto femeninos como masculinos, aunque siempre las mujeres exhiben más dificultad. La protagonista adquiere su rango en unas bien realizadas series de ballonés, ese paso sobre una punta; pero, hemos de esperar al segundo acto para verla desplegar su concepto de versión del personaje.
Y en esa segunda parte de ballet blanco es, de nuevo, el cuerpo de baile el que crea la atmósfera irreal y ensoñadora de la acción, con una elevación en puntas segura y un alineamiento logradamente matemático, pero, a la vez vaporoso. Una buena iluminación -con cañón a los solistas- y algún detalle de subida de telones, reforzaron el ambiente misterioso. Marina Vezhnavets es una Giselle elegante y esbelta, siempre bella, pero no deslumbró; quizás porque no se le exigió pasos un poco más arriesgados; dio la sensación de bailar cómodo. Su partenaire, Igor Artamonov, cumplió con las elevaciones; y, en sus variaciones, lució, sobre todo, giros.
Fue una velada, no obstante, entretenida. Con vestuario solvente, una grabación de buen sonido, con algunos ritardandos realizados para la compañía. Y que se aplaudió con gusto.
Por Teobaldos. Publicado en Diario de Noticias el sábado 5 de diciembre de 2015.
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