Crítica de danza de Teobaldos en Diario de Noticias sobre «Solas», propuesta de Becky Siegel a partir de los bocetos de José Láinez en el Centro Huarte
COREOGRAFÍAS PARA NO BAILAR. Interacción de la coreógrafa Becky Siegel a partir de la propuesta Solas en la exposición sobre de los coreógrafos José Lainez y Concha Martínez. Bailarines: Monse Zabalza, Leticia Pérez, Ion Barbarie y Txori García. Lugar: Centro de Arte Contemporáneo de Huarte. Fecha: 27 de marzo de 2015. Unas cien personas (entrada libre).
Dos bailarinas y dos bailarines, a las órdenes -con el mandato incluido de la improvisación- de la coreógrafa Becky Siegel, observan la exposición que se exhibe en el Centro de Huarte, sobre la vida artística de los Lainez (José y Concha), que es como, cariñosamente, siempre los hemos llamado. Para los que los seguimos de toda la vida, la exposición nos recuerda un esplendor creativo y de descubrimientos de casi todo lo referente a la danza contemporánea cuando éramos jóvenes; pero también una vigencia creativa de la que siguen brotando ideas: para sí, y para los demás. Muy bien dibujadas, además, en los cuadernos del coreógrafo; verdaderas partituras donde el movimiento queda plasmado hasta subir al escenario. Francamente bellas estas pinturas sucesivas -en color, tinta o lápiz- en series que parecen moverse. Los bailarines que interactúan, hacen lo que a todo visitante le apetece hacer: bailarlas, interpretarlas a su manera, jugar con ellas, en los espacios que quedan entre las vitrinas.
Y, curiosamente, en ese maremagno de carteles y reseñas de producciones tan rompedoras en su día, donde no falta “la instalación de sillas amontonadas”, se acomoda, estupendamente, la música de Mozart, Beethoven o Dvorak. Porque los bailarines van y vienen, espasmódicos, entre el público, pero, de repente, se moderan y componen un juego romántico con las sillas y la música de Dvorak. O se plantan en un neoclasicismo muy bailado y lírico, a los amorosos compases de la Flauta Mágica de Mozart. Pero, es una exposición de pasados y futuros -en realidad el arte siempre es futuro, hay que revisitarlo- , y, al grito de “cambio” de la directora, de nuevo el trajín de viaje con maletas -recuerdo aquel espectáculo en la estación de tren-, el revuelo entre los visitantes, el sentido del humor. Y la preciosa melodía del tercer movimiento de la novena de Beethoven, que invade, intemporal, el reposo de los bailarines. Un momento mágico -así lo percibió el público- fue el comienzo del paso a dos entre los hombres, al que se incorpora una mujer, para terminar en un muy bello cuerpo a cuerpo entre los cuatro. Pies entretenidos entre el allegro barroco que suena, a continuación. Manos ocupadas en el otro. Cadena de sillas desde las que los bailarines se despiden -humorísticamente como reinas- con el “enfado” de José Lainez, que les recrimina que haya acabado la función. Es una muestra de la relación del coreógrafo y los bailarines, de la rebelión de estos, de los ensayos, de un mundo coreútico, nunca suficientemente reconocido. Una hora de visita muy entretenida. Por cierto, la danza, creo, es la única disciplina artística a la que nunca se le ha dado el premio Príncipe de Viana.
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