CRÍTICA TEATRO

El reportaje. Compañía: Teatro Picadero de Buenos Aires (Argentina). Autor: Santiago Varela. Director: Hugo Urquijo. Intérpretes: Federico Luppi, Susana Hornos y Juanjo Andreu. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 7 de marzo. Público: Lleno.

Caricatura del milico

La presencia de Federico Luppi es garantía de lleno en el teatro, por la extraordinaria popularidad del intérprete argentino gracias a su aparición en películas excepcionales (Tiempo de revancha, Martin Hache, El arreglo o Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto y tantas otras). También había su punto de morbo entre los asiduos al teatro por comprobar su estado de forma, debido a los problemas evidenciados para recordar el papel en su última aparición en el escenario pamplonés con El guía del Hermitage, hace un lustro. Es un intérprete excelente y volvió a dejar clara su imponente presencia escénica en esta obra, de apenas 75 minutos de duración, que repitió a teatro lleno cinco días después en el Principal de Donostia, donde pude verla.

La información previa de El reportaje también era atractiva a priori. Luppi, que fue perseguido por la dictadura militar argentina y tuvo que dejar su país, encarna a un general encarcelado que concede una entrevista a una televisión española para hablar de su pasado criminal, de su labor de censor de la cultura y del incendio que provocó en un pequeño teatro –El Picadero– que se había convertido en foco contestatario del régimen.

La sinopsis prometía introducir al espectador en el pensamiento autoritario. Pero la decepción que produce el texto es evidente, pues el autor ha violado la primera y más elemental de las reglas de la escritura dramática, que es la de defender a sus personajes. El dramaturgo debería haber expuesto con honestidad las razones de su protagonista, por canalla, asesino y despreciable que sea (como hizo el trío Oliver Hirschbiegel, Bernd Eichinger y Joaquim Fest presentando el rostro humano de Hitler en El hundimiento, por poner un ejemplo). Los milicos argentinos eran nazis, sádicos y criminales, además de ladrones, pero tenían sus razones y con su “guerra contra el comunismo” justificaron sus desmanes.

Lo que uno espera en una obra de estas características es un debate intelectual de altura, que envuelva al espectador en argumentos sólidos y le obligue a confrontar sus ideas con las que le exponen sobre el escenario. En lugar de eso, se nos presenta una caricatura de personaje, que en sus primeras palabras ya se autorridiculiza, pues hace un comentario machista sobre el que sea una mujer quien le entreviste, tan fuera de tono y tiempo que, aun de ser cierto, el autor debía haberlo suprimido. Con esa primera frase se hace imposible empatizar con el uniformado y te distancias del diálogo que viene a continuación. El autor desaprovecha otros momentos en los que podría haberle añadido complejidad intelectual al preso, como cuando habla de su amor al teatro. Es dramáticamente mucho más interesante un fascista que admira a Lorca que el botarate que se niega a aceptar esa contradicción; el criminal que asume sus excesos que el payaso al que no le constan las desapariciones.

La interpretación de Luppi, a pesar de ese lastre del libreto, fue estupenda. Dio matices a sus intervenciones y logró tensionar el diálogo con sus duros silencios y esa mirada fría que arrojaba contra la entrevistadora y que, en aquellos tiempos oscuros, te podía helar la sangre. Susana Hornos apenas tiene otra misión que apoyar a Luppi. Fue subrayable su esfuerzo para esconder su acento argentino.

POR Víctor Iriarte. Publicada en Diario de Noticias el martes 17 de marzo de 2015.