«Salir de Madrid por carretera es adentrarse o alejarse en una proliferación que ya no es la ciudad pero que tampoco es el campo, y que reúne extrañamente dos formas de desolación que parecerían incompatibles, la de la abusiva presencia humana y la del desierto, la de la novedad sin talento y la ruina sin nobleza. Sobre un páramo sin árboles ni más presencia vegetal que las malezas secas en los arcenes de la autopista se levantan con su monótona vulgaridad las cuatro torres que serán el legado más visible de los años del delirio y la quiebra: en la mañana caliente de julio se parecen más aún a esas torres insensatas de cristal  que se hacen construir los jeques en el desierto de Arabia. (…) El término «ordenación del territorio» cobra por estos parajes del extrarradio de Madrid un sarcasmo macabro, muy adecuado a la calaña de los figurones políticos de esperpento que lo administran.

Ahora que ha terminado en colapso la era de prosperidad sostenida en la nada, en la mentira y la codicia, se ve que una gran parte del país ha quedado sumergida bajo una maciza inundación de fealdad.

Aprovecho que mis dos compañeros de viaje son arquitectos para preguntarles por qué hay tanta fealdad en España. Stendhal habla de un despotismo minucioso: en España, en cualquier ciudad, en cualquier calle, en medio del campo, lo asalta a uno una fealdad que es despótica y también minuciosaa, y que siendo el resultado de una gran variedad de decisiones independientes entre sí acaba teniendo una asombrosa coherencia.

En un pueblo de Palencia me piden que me fije en una colonia compacta de chalés adosados: la mirada se pierde en todas direcciones en una anchura despoblada, pero los constructores prefirieron ocupar el huerto de un monasterio medieval».

En viaje de estudios. Artículo de Antonio Muñoz Molina en Babelia, El País, 21-07-2012