CRÍTICA TEATRO

Invernadero. Compañía: Teatro del Invernadero y La Abadía (Madrid). Autor: Harold Pinter, traducción de Eduardo Mendoza. Director: Mario Gas. Intérpretes: Gonzalo de Castro, Tristán Ulloa, Jorge Usón, Carlos Martos, Isabelle Stoffel, Javivi Gil Valle y Ricardo Moya. Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 14 de febrero. Público: Casi lleno.

Pinter subrayado

Harold Pinter escribe El invernadero en 1958 y aparca el libreto mientras da forma a El cuidador. En 1979 lo relee y decide que vale la pena llevarlo a escena. Durante los ensayos hace algunos cambios, fundamentalmente cortes, y se estrena un año después en el Teatro Hampstead de Londres. A partir de ahí se publica y queda fijado el texto. Pinter, Nobel de literatura de 2005, es un autor extremadamente puntilloso, hasta el punto de que o dirige él mismo sus montajes o se garantiza que nadie “retoca” o “versionea” sus obras. Exige que se representen tal cual están escritas sin modificar diálogos y situaciones y obedeciendo las acotaciones. No hubiera consentido que, por ejemplo, en la cuarta escena del primer acto, la señorita Cutts entre en el despacho del director y dé un beso en los labios al hierático, misterioso y servil Gibbs, que le ha abierto la puerta. Es la típica licencia de director que se añade como para susurrar al espectador “¡Ojo, que aquí hay más tomate de lo que parece”.

En el encuentro posterior del equipo artístico con el público, los intérpretes, Mario Gas y el moderador dieron prolijas explicaciones sobre los personajes y sus motivaciones, quién es el malo y por qué actúa así y qué es lo que en realidad sucede aunque no lo veamos en escena. Lo hicieron, claro, a petición del público, que tiende a ver este tipo de obras como tramas policíacas que hay que descifrar. Tanta cháchara hubiera puesto de los nervios al escritor. El más lúcido y pinteriano de todos fue Javivi, quien reconoció que no sabe por qué su personaje hace lo que hace. Como decía Pinter: “No me pregunten a mí. Todo lo que sé de mis personajes está escrito ahí”.

Por eso, en el coloquio, aparecieron términos que nunca deben asociarse al universo de este autor, como “absurdo”, pues su teatro no lo es para nada. Siempre son personajes reales en contextos reconocibles, aunque difusos, y es evidente lo metafórico y político de su teatro, que es responsabilidad del espectador alcanzar sin regalarle subrayados. Como este autor desconcierta, el público optó por reírse de los diálogos  iniciales, cosa que pareció del gusto del director, que ve un transfondo de comedia y de clown en la pieza. Asunto éste bastante cuestionable, pues la esencia pinteriana es la persistente sensación de desasosiego, inquietud y amenaza latente que el público debe sentir desde el minuto uno, algo que las carcajadas disuelven y hay que volver a recomponer. Gonzalo de Castro hizo una  excelente composición del personaje Roote, el director de la institución, exhibiendo su desquiciamiento y ridiculez sin buscar en ningún momento la comicidad, aunque no pueda evitar las risas del público que acude a verle como doctor Mateo. Brillante también Tristán Ulloa fijando la sensación de peligro que envuelve a Gibbs, el edecán, sin transmitir la más mínima emoción, así como Carlos Martos como el pringado Lamb y Jorge Usón como el artero Lush. Su presencia en escena logra poner en alerta al patio de butacas, en contraste con la acartonada interpretación de la única actriz del reparto, una “femme fatale” de tebeo. También muy lograda la funcional escenografía giratoria por transmitir el frío, aséptico y claustrofóbico ambiente del sanatorio, aunque sólo sirva desde una perspectiva frontal. Un buen Pinter, que podía haber sido mejor.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 18 de febrero de 2015.