La actriz Amparó Baró falleció a los 77 años a consecuencia de “una larga enfermedad”. Nacida en Barcelona el 21 de septiembre de 1937, Amparo Baró ha sido a lo largo de su dilatada carrera una de las grandes de la escena española y ha trabajado tanto en teatro, cine y televisión. Inició estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de su ciudad natal pero, tras ingresar en el Teatro Español Universitario (TEU), descubrió su verdadera vocación y se dedicó profesionalmente a la interpretación. Debutó en 1957 en la Compañía Windsor sustituyendo a Amparo Soler Leal en Las preciosas ridículas de Molier, dirigida por Adolfo Marsillach, con quien desde entonces trabajaría en títulos como Bososse, Ondina, César y Cleopatra o Alejandro Magno, interpretadas en el Teatro Lara. Posteriormente, en el Teatro Beatriz interpretó con la compañía Mayrata Ovissiedo uno de los papeles protagonistas en La calumnia, que le supuso un amplio reconocimiento.

En 1965, formó su propia compañía, de la que formaron parte reconocidos actores como Luis Prendes, Elvira Quintilla y Manuel Galiana. A pesar de ello, en 1967 se disolvió la compañía por falta de fondos, lo que no le impidió embarcarse en grandes interpretaciones teatrales, como en La casa de las muñecas de Ibsen, que fue calificada por los críticos como la mejor interpretación de su carrera.

En televisión trabajó en dramáticos con Adolfo Marsillach, con quien estuvo casada, y Jaime de Armiñán, como Galería de maridos, Las doce caras de Eva y obras como Diálogos de carmelitas o Los buenos días perdidos.

En cine, su primera película fue en 1957, Rapsodia de sangre, de Isasi-Isasmendi. Después trabajó en otras cintas, como Adiós Mimi PompónTierra de todos, Tres de la Cruz Roja, Tengo diecisiete años, La banda del Pecas, El nido y El bosque animado.

En 1991 participó en Hazme de la noche un cuento, de Jorge Márquez, y Siempre en otoño, con Irene y Julia Gutiérrez Caba, interpretación por la que recibió el Premio de Teatro Mayte 1994. Con Jaime Chávarri formó parte del reparto de Las cosas del querer y después en El palomo cojo de Armiñán. Le siguen Destino a Broadway en 1996, y Noviembre, segunda película de Achero Mañas, en 2003.

En Televisión Española trabajó sin éxito de público en Juntas pero no revueltas, junto a Mónica Randall, Mercedes Sampietro y Kity Manver, versión española de Las chicas de oro. Tio Willy fue otra serie televisiva en la que tomó parte con Andrés Pajares, a la que siguieron títulos como La opinión de Amy, por la que recibió en 1999 el premio la mejor actriz de los premios La Celestina. Participó también en El club de la comedia, pero su gran éxito televisivo le llegó en 1999 con la popular comedia 7 vidas, con la que logró la simpatía del gran público y una larguísima lista de premios. Por su interpretación en Siete mesas de billar francés, de la directora española Gracia Querejeta, Amparo Baró fue Goya 2008 a la mejor intérprete de reparto. A pesar de su enfermedad, Amparo Baró estaba preparando con Gerardo Vera la obra María Kowalska, que iban a estrenar en el Arriaga de Bilbao en septiembre.

Obituario de Martiño Rivas en El País:

Amparo no perdía el tiempo, no hablaba por hablar, no admitía tonterías de nadie. Si creía en ti, te protegía y te llevaba de la mano a donde ella quisiese. Si no le gustabas, no se esforzaba por pintártelo bonito. Como actriz transmitía la sensación de ser infalible. Su humor era la de alguien que conocía las tripas del dolor.

Siempre estaba en su sitio, siempre estaba lista, nunca la vi equivocarse. Mientras los demás perdíamos energía cuestionando diálogos, Amparo llegaba y clavaba cada frase, cada gesto, se adueñaba de cada línea, respetando cada palabra, cada indicación y cada pie. Daba la impresión de que amasaba con sutileza la sombra, lo oscuro de la materia humana, para que fermentase con su luz.

Ver actuar a Amparo hacía que nuestro trabajo pareciese fácil, te daba la impresión de ser simple, obvio y, a la vez, complejo y mágico. Amparo nunca hacía de más y nunca hacía de menos. Su forma de estar, de trabajar, era una mezcla de lo real y lo ideal. Tenía la capacidad de expresar cualquier emoción exactamente en el mismo instante, toma tras toma, y sin embargo, esa precisión nunca parecía impuesta, todo estaba dirigido por una espontaneidad y una frescura que parecía poder evolucionar hacía cualquier lugar de un momento a otro. Amparo transmitía inquietud en los que la observaban. Era magnética. Como espectador nunca sabías qué iba a hacer después.

De todos los cómicos, Amparo, siempre era la más moderna y la más joven trabajando. Ese secreto me sigue fascinando. ¿Cómo se puede llevar toda la vida trabajando en esto y aún así no mostrar nunca las costuras, que ningún diálogo huela a tinta, que toda esa técnica desarrollada a lo largo de los años no se interponga entre el fuego, el descaro y la frescura? Creo que si alguna vez me hubiera atrevido a formularle esta pregunta, Amparo me hubiese mirado con una expresión a medio camino entre un silencio compañero y un “¡Este chaval es un particular!”; se giraría y se marcharía haciendo un mutis discreto.