CRÍTICA TEATRO

Kibubu. Compañía: Marie de Jongh (Vizcaya). Dramaturgia y dirección: Jokin Oregi. Intérpretes: Ana Meabe, Javier Renobales y Tomás Fernández Alonso. Música: Santiago Ramos. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 28 de diciembre. Público: 340 espectadores (media entrada).

Desafío en el circo

La primera parte del ciclo “Al teatro en familia por Navidad” del Gayarre, el correspondiente a las representaciones en castellano, se ha saldado con tres llenos absolutos mañana y tarde –de los espectáculos donde es protagonista la música–, y menos público coincidiendo con el fin de semana y los dos “títulos” de menor tirón popular, aspecto este último que según confiesan en la casa es clave para el resultado de taquilla cuando se programa para público familiar. Anunciar un musical o un cuento tradicional hace fácil la decisión de los padres, que se lo piensan más si desconocen todo acerca del espectáculo que van a ver. A pesar de ello, esta programación apuesta por obras a priori algo más difíciles y de estilos no tan habituales, lo cual es de agradecer.

Había por tanto interés en ver la reacción del público infantil a este Kibubu, acogido con simpatía en la Feria de Teatro para Niños Fetén de Gijón del pasado mes de febrero, y que está más cerca del pequeño formato que del habitual en el ciclo. Sebas y Coco son una pareja de payasos que prepara un nuevo número, pero el hombre aparece en el remolque con un gorila de verdad, para disgusto de ella. Trata de enseñar al animal algunos números, con escaso acierto, por lo que recurrirá a las amenazas. Acabará siendo golpeado por el bicho, que reacciona según su naturaleza. En paralelo, la chica va encariñándose con Kibubu, quien al final logra escapar, en una escena entenecedora. El dúo aprovecha su contacto con el simio para enriquecer su nuevo número con gags copiados de las reacciones que vieron en el animal. Eso sí, a partir de ahora trabajarán con uno de ellos disfrazado de mono. Durante la representación se apuntan temas muy sugestivos: el maltrato animal, la responsabilidad que hay que tener hacia las mascotas, lo mucho que podemos aprender de los animales…

La propuesta plantea algunos desafíos, el primero de todos que es una obra sin palabras y con una dramaturgia completa, es decir, con acciones que se van sucediendo hasta alcanzar un clímax y, finalmente, un epílogo. Ello obliga al espectador a una mirada algo más reposada de lo habitual, para ir acomodándose al ritmo más moroso que tiene la historia, que se desarrolla en tres actos durante algo más de 50 minutos. El resultado, finalmente, fue bueno: los niños siguieron atentos la historia (bien es verdad que retransmitiéndola, es decir, comentando en voz alta lo que iba pasando, algo por otra parte normal), rieron en varios momentos y los más pequeños mostraron su disgusto con las escenas donde se apunta el maltrato animal.

Javier Renobales tiene gran vis cómica y un rostro expresivo, lo que le permite mostrar infinidad de sentimientos sin palabras. Empasta bien con su compañera y logran momentos afinados en algunos gags cercanos al mimo y al cine mudo. Tiene especial mérito el trabajo de Tomás Fernández, embutido en un disfraz de gorila que sin duda le hará perder peso en cada representación. Mimetiza perfectamente los movimientos casi a cámara lenta del simio y logra hacerlo entrañable para los más pequeños, que terminan empatizando con él. Su esfuerzo interpretativo es hercúleo, pues trabaja casi toda la representación en cuclillas.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 7 de enero de 2015.