En la luna. Autor y director: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Juan Codina, Palmira Ferrer, Nuria Mencía, Luis Moreno, Jesús Noguero, Lucía Quintana. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 26/10/2012. Público: rozando el lleno.

Esa luna de la infancia

SALGO de ver En la luna, de Alfredo Sanzol, con esa extraordinaria sensación de haber pasado dos horas de disfrute casi absoluto. Dos horas en las que me he reído, me he emocionado, he sentido tensión, he comprendido a algunos personajes, he compadecido a otros, he reconocido en ellos recuerdos propios y, sobre todo, me he entretenido muchísimo. Y todo esto hay que decirlo, porque para todo esto va uno al teatro. Sanzol continúa fiel al estilo que ha sabido crearse y que ha ido puliendo hasta tallar esa joya titulada Días estupendos. Había dejado el listón muy alto, pero no creo que pueda decirse que En la luna no está al menos a la misma altura. Ambas obras parten de la misma materia prima: los recuerdos. De hecho, toda su producción tiene ese origen, pero, seguramente, este es más claro en estas dos últimas. En Días estupendos, la argamasa que amalgamaba temáticamente los diversos sketches era la memoria sobre el veraneo, un tiempo en el que la rutina se aparta y la realidad queda suspendida. En En la luna, la misma función unificadora corre a cargo de los recuerdos de la infancia.

Dicen que la infancia es la patria común de todos los hombres. Desde ese punto de vista, esa patria no tiene un espacio concreto. Transcurre en un lugar difuso, de distancias elásticas y con puntos de referencia más emocionales que físicos. Un lugar casi irreal que Sanzol ha identificado con la luna, convirtiéndonos a todos en selenitas de origen y terrícolas solo adoptivos, lo que bien pudiera ser. En esa vuelta a la patria primigenia, Sanzol deja en el recorrido un rastro de localismos que el público pamplonés reconoce como propios. Supongo que nos agrada suponer que, al identificar esas referencias, estamos encontrando en la obra sentidos que otros no perciben. Creo que es una falsa ilusión, porque en todos los sitios se es niño de un modo similar, y se tiene curiosidad por las mismas cosas, y temor, afecto o repulsión por idénticos motivos, y hasta estoy por suponer que en todas las ciudades del mundo hay una calle Monasterio de Urdax o un pueblo cercano llamado Zizur.

En la luna se construye con el material del que están hechos los sueños. Tiene esa textura narrativa en la que no es que las cosas sean irreales, sino que lo irreal resulta tan consistente como lo verdadero, igual que sucede en la niñez. Sus materiales de construcción pueden parecer heterogéneos, pero no diríamos que alguno de ellos está fuera de lugar. Así, tenemos escenas de un realismo hiriente, como la de los hijos que encuentran a sus padres asesinados en la guerra, y otras de una reconocible cotidianeidad (el cumpleaños de Nagore, la reconciliación de los hermanos); escenas que, sin conflicto alguno, se colocan junto a productos puramente fantásticos, como el formidable sketch del elixir milagroso hecho con serrín (en el cual la relación entre sus personajes daría para hondas cavilaciones), o incluso una revisión del cuento infantil de Los siete cabritillos tan perversa que, en malas manos, provocaría traumas infantiles.

Todo se sucede sin interrupción, con una continuidad que nos parece natural, debido en gran medida a unos actores estupendos y a una dirección magistral. Qué porcentaje del mérito se lleva cada uno es algo que solo ellos saben. Como espectador, puedo al menos reconocer sus señas en el resultado final, sobre todo en esa sinceridad que se manifiesta en una convicción interpretativa y en un gusto por los detalles que me dejan la sensación de estar viendo un pedacito de verdad a través de un telescopio dirigido hacia mi propio interior.

Pedro Zabalza. Diario de Noticias