Crítica de «Juicio a una zorra», de Miguel del Arco, con Carmen Machi, por Pedro Zabalza
Autor y director: Miguel del Arco. Intérprete: Carmen Machi. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, 21/05/12. Público: lleno.
El juicio de Helena
CUANDO se alza (metafóricamente) el telón, Helena aparece de espaldas, embutida en un ceñido vestido rojo, ondeando su rubia melena. Iluminada por un foco, como una estrella de cine, se anuncia a los cuatro vientos: ella es Helena de Esparta, Helena de Troya, Helena la argiva, Helena la aquea; Helena, la mujer más hermosa de Grecia, o sea, del mundo entero. Una mujer acostumbrada a que la observen, a que la deseen. Sin embargo, los truenos con los que se manifiesta su padre Zeus tienen un algo, un mucho, de ominoso. También es, o le han hecho ser, Helena la puta, la zorra, símbolo y vergüenza de su sexo. Comienza el juicio a Helena.
Parece lógico que lo que comenzó con un juicio, el de Paris, acabe con otro. Un juicio del que se nos hace jueces. Un juicio sin acusación, basta con los argumentos que la literatura ha amontonado contra ella. Helena, único personaje sobre el escenario, asume su propia defensa. Por supuesto, se declara inocente de cualquier responsabilidad en la cruenta guerra realizada en su nombre. Ella fue solo la excusa, una víctima de la codicia y de la brutalidad masculinas, que solo ansiaba redimirse a través del verdadero amor a otro hombre: Paris. Este es a grandes rasgos el sostén argumental de Juicio a una zorra, la obra que Miguel del Arco ha escrito y dirigido a mayor gloria de Carmen Machi. El trasfondo temático es claro, no hace falta rebuscar mucho tras las palabras de Helena: la sinrazón de las guerras, motivadas por la ambición, ejecutadas a mayor gloria de los poderosos y llevadas a cabo casi siempre por los hombres y padecidas por las mujeres.
Bueno, no es que esto sea una revelación, pero si de lo que se trata es de empatizar con Helena y de absolverla de su posible culpa, yo, al menos, le doy mi indulto. Es difícil no hacerlo si Helena se encarna en Carmen Machi (y no tanto al revés). Su Helena empieza siendo una dama orgullosa y segura; pero poco a poco va mostrando una fragilidad que no podrán aliviar ni el remedio egipcio ni el tintorro troyano. Empieza altiva y dura como las murallas de Ilión y termina bamboleante y al borde de la lágrima. En vista de tal congoja, no queda sino perdonar a Helena y aplaudir a la Machi.
Y eso pese a un texto que se pierde a veces en el anecdotario mitológico y que acumula argumentos absolutorios un tanto redundantes. Peca tal vez de excesivamente narrativo, pero procura momentos interesantes que la actriz, como buen animal de escenario, detecta y apresa. Creo que en general se trata de un buen texto, con el punto a favor del arranque novedoso de mostrar la historia desde el punto de vista de alguien que ha sido siempre considerada bien como la culpable, bien como un simple botín sin derecho a la palabra. Me gustan también ciertos rasgos de humor que hacen más cercano al personaje y a su discurso. Lo que no termina de entrarme es ese desenlace musical para el que no termino de encontrar una justificación. Me parece un cierre en falso de una función que, en líneas generales, me resulta más que satisfactoria.
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