Paraná Porá. Compañía: Maruja Bustamante Produccions. Dramaturgia y dirección: Maruja Bustamante. Intérpretes: Monina Bonelli, Iride Mockert. Lugar y fecha: ENT, 6/11/11. Público: Media sala.

El río que no nos lleva

LEO sobre Paraná Porá: «La Tierra se congeló cerca de los mares. En Argentina hay que ir a Córdoba o la montaña. La Gringa y la Polaca vienen bajando por el río Paraná. La Gringa esta embarazada. Llevan dos lanzas, una brújula, un bote y remos». Pienso: «Bueno, bueno. Aquí tiene que haber una historia». Sigo leyendo: «Son dos mujeres que compartieron un hombre. La travesía hacia Córdoba las encontrará con obstáculos reales, emocionales y fantásticos». Y pienso: «Esto es lo menos un cruce entre Mad Max, La misión y Thelma y Louise«.

La verdad es que es un punto de partida prometedor. Sobre el escenario encontramos una especie de balsa realizada con cajones de mercancías. «Made in brasil» leemos sobre uno de ellos. Un mástil inestable sirve de sostén a una inútil vela de plásticos y bolsas de basura. A bordo, dos mujeres: la Gringa y la Polaca. Ambas, supervivientes de no se sabe muy bien qué. Tal vez tampoco importe. Huyen no se sabe muy bien de qué, no se sabe si de alguien, río abajo desde Corrientes. En el trayecto, escenifican su desconfianza, sus rencores: ambas estaban enamoradas del mismo hombre, el Santo, prototipo del macho eterno, de la masculinidad esencial, depositada ahora como una promesa de continuidad en el vientre de la Gringa.

Al cabo de un rato de representación, se diluyen las imaginadas referencias iniciales: esto no es, desde luego, una película de acción; y los puntos de contacto con otros discursos habría que buscarlos más en el campo de la literatura, bien sea en la novela sudamericana o, aunque parezca algo traído por los pelos, en la actitud de las protagonistas lorquianas hacia lo masculino o hacia la maternidad. Se amontonan sobre la balsa diálogos bien compuestos, y sobre todo monólogos, en los que las dos protagonistas repasan su historia de pasión con el Santo, se amenazan y se reconcilian por el bien del vástago que la Gringa lleva en su interior.

En un lateral del escenario, una arpista con un elegante vestido azul pone con las delicadas melodías de su instrumento el contrapunto de sofisticada dulzura al ambiente de tormenta emocional que se cierne sobre la lancha sin llegar nunca a descargar. De vez en cuando, la sombra de una amenaza externa parece avisar de que el hilo narrativo va a desviarse por algún otro sitio. Pero son falsas alarmas: la situación transcurre corriente abajo sin alteraciones, sin rápidos ni cataratas.

Y esto es lo que, a mi juicio, falla en Paraná porá (Hermoso Paraná, en guaraní): salir de un interesante punto de partida para no producir ninguna impresión de desplazamiento. Podemos solazarnos con el paisaje inicial: la excelente labor de las intérpretes, su sugerente acento que hibrida el castellano de Latinoamérica con dejes y palabras nativas, la fascinante música del arpa, el cuidado en la escritura de los parlamentos, o, incluso, en la originalidad de ese marco apocalíptico en el que sitúa a las protagonistas. Pero la acción se queda embarrancada en los bajíos de un río narrativo que lleva más bien poca agua, que vuelve sobre sí mismo como un remolino, repitiéndose hasta la llegada de un final inopinado, pero poco adecuado para resolver un conflicto dramático que, por inconsistente, se escurre siempre como líquido entre los dedos sin llegar a plantearse del todo.