«Somos muy cínicos como sociedad. Hay un compromiso tolerado y un compromiso no tolerado. El tolerado es el de las galas de beneficencia, que solo sirve para poner una tirita al sistema. El que participa se reviste del aura de la verdad y tiene una contrapartida publicitaria. El no tolerado depende de los callos que pises. Ese duele y hace que en Internet haya 200 anónimos insultándote. Los oficios artísticos o se sacralizan o se bufonizan. A los actores o se les coloca en un altar o se les tiran huevos. La libertad de expresión y la voz son un derecho fundamental en nuestras sociedades, pero hay que justificarse por tener voz cuando se lleva la contraria. Vivimos en un Occidente en el que hay muchas cosas que no se pueden decir: nada que agreda a la vanidad de la gente como gente; nada que cuestione el concepto de la patria española —fíjate lo que le ha pasado al pobre Fernando Trueba— ni lo “buenas” que son las glorias deportivas nacionales. No se puede hacer la crítica a los más vendidos ni decir que el cliente no siempre tiene la razón. No se puede hablar en términos de clase, ni ser agorero ni poner en tela de juicio la idea de libertad digital. No se puede decir que en Occidente se tortura. No se puede decir que el criterio cuantitativo es perverso a la hora de subvencionar el cine y que tal vez películas que se ven o verán muy poco son precisamente las que deberían ser subvencionadas. Tampoco se puede decir que, bajo nuestra “democrática” manera de medir, hay dictaduras buenas y malas, o que se medicaliza el dolor de las personas para beneficiar a las farmacéuticas… Decir todas esas cosas te puede convertir en una persona muy antipática y reducir ostensiblemente tu target cultural hasta hacerte desaparecer del mapa. Hacerlo tiene un riesgo, pero los libros que me interesa escribir son los que hacen visible la ideología invisible, esa que tenemos naturalizada, las creencias, los valores que ya no nos cuestionamos. No es verdad que los libros, leer, saber cómo funciona el mundo te haga feliz. La lucidez es una navaja que, como la de Buñuel, se te clava en el ojo. A lo mejor luego sirve para reparar un daño, pero de momento duele».

Marta Sanz, autora de Farándula, premio Herralde de Novela, entrevistada por Javier Rodríguez Marcos en Babelia-El País (12-12-2015).