FLAMENCO. Farruquito y Familia: Juan M. F. Montoya (Farruquito), Farruco, El Barullo, El Carpeta, El Polito, Africa Fernandez, Juan el Moreno (de tres o cuatro años) al baile. Encarna Anillo, Antonio Zúñiga, Pepe de Pura y Mari Vizarraga, al cante. Torombo a las palmas. Román Vicenti y Juan Campallo, a la guitarra. Programa: se bailó por seguiriyas, soleas, taranto, guajira, y bulerías. Lugar: sala principal del Baluarte. Fecha: 26 de agosto de 2016. Público: lleno el patio de butacas y medio palco (23, 28, 33 euros).

Farruquito desata la locura

“Trata de volar, pero no te muevas”, es un resumen lapidario de toda la sabiduría flamenca inculcada por la escuela del gran Farruco a este “bailaor” inigualable que aprendió a bailar y caminar al mismo tiempo. Lo vemos en un estupendo audiovisual que se va proyectando -a modo de cortina- entre las diversas intervenciones de Farruquito y su familia. Además del indiscutible protagonismo del baile: un baile enrazado y, fundamentalmente macho, otros elementos que intervienen, como los cantaores, guitarristas, iluminación y la propia historia de la familia que se va desgranando en la película, hicieron que el espectáculo (dos horas sin interrupción) pusiera al público en pié, y durante todo su desarrollo le mantuviera en un estado de entusiasmo y participación que pocas veces se ve.

Comenzó la velada con una impresionante seguidilla bailada, a modo de un especular paso a dos, por Farruquito y Antonio el Farru: ciertamente, al ser la primera intervención, los ojos se le van a uno más hacia la estrella; pero, a lo largo de toda la noche, vamos apreciando la calidad -muy alta- de los otros miembros de la saga. La función se desarrolla a modo de un corro imaginario desde el que van saltando al proscenio -muy bien enmarcado por la luz- los diversos bailadores. Lucimiento en solitario; duelos de taconeo; vestuario sobrio en gris, flamenco puro, con el cante y el toque, exclusivamente, sin fusión. En este caso, se agradece, más que nada porque ya hemos tenido otros momentos -y muy buenos- del “nuevo” flamenco. África Fernández toma las tablas con unas bulerías: está en cierta desventaja ante un elenco tan masculino; se defiende con gracia, en la tradición de la juerga familiar, con un ritmo apretado e interiorizado; pero, a la totalidad del espectáculo, quizás, le falte un número grande de bailadora (la familia es la que es).

Ese ir y venir de los hombres se concreta en una profunda solea; en el baile con bastón como otro tacón más, en la taranta de Barullo, y la guajira de Farruco: estupenda, bien medida -no en vano Paco de Lucía le hacía ensayar con metrónomo, según cuenta- y al que agradecemos que se meta con este palo, muy abandonado últimamente. Es un palo luminoso, quizás pidiera un vestuario más blanco. Excelente el toque, cadencioso sin perder el rotundo compás.

Todo bien. Aunque yo hubiera sacado más partido al baile coral de los cinco hombres: los pocos pasos que dieron juntos, fueron impresionantes. Pero sigue deslumbrando Farruquito. A mi juicio, y siendo un espectáculo que mantiene la tensión todo el rato, de lo cual da muestra los continuos “olés” del público; me atrevo a señalar como cumbre de la velada, la tanda de bulerías que las dos cantaoras interpretaron con Farruquito en un juego de interpelación mutua, con reproches y cariños entre hombre y mujer. El baile del, joven aún, maestro es de suma elegancia, ya en la manera de caminar y salir a escena; por supuesto que domina como nadie el virtuosismo del taconeo; pero, su otra gran baza es que cuando no taconea, baila profundamente, se permite gestos y contorsiones únicas, originales, pero siempre expresivas de todo lo que quiere decir, siempre consolidando un flamenco eterno. Y los giros: con un eje poderoso. “El giro eterno de la palmera”, para decirlo con palabras de Velásquez-Gaztelu al referirse a un bailarín (Visor de poesía).

Para terminar, el jaleo familiar. Con la entrañable presentación de Juan el Moreno, el niño pequeño de Farruquito (de nuevo la locura en la sala): la saga continúa. Y, como todos los años, un ruego; difícil de cumplir, ya lo se: las letras de los cantes flamencos son maravillosas, ya quisieran muchas óperas esa belleza textual; pero, a menudo no se entienden; sólo de las que uno se sabe de antemano pesca algo. Ojalá se impusiera la costumbre de facilitar los textos. Por ejemplo, en esta ocasión se cantó: “sentaito en la escalera / esperando el porvenir / y el porvenir que no llega”. ¿Se puede decir algo mejor contra la pereza?

Publicado por Teobaldos en Diario de Noticias el viernes 26 de agosto de 2016.