Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Much ado about nothing», de David Espinosa, en el Festival de Olite
CRÍTICA TEATRO
MUCH ADO ABOUT NOTHING. Compañía: David Espinosa / El local E.C. (Cataluña). Creación, dirección e intepretación: David Espinosa. Colaboración en la dirección: África Navarro. Música y sonido: Santos Martínez y David Espinosa. Lugar: Sala de los Arcos del Castillo de Olite. Fecha: Domingo 24 de julio. Público: 50 espectadores, lleno (aforo limitado).
Sombras y luces
Tiempo habrá de analizar al final de la presente edición la aparente aversión a lo “clásico” que apunta el programa del Festival de Olite, cuando se supone que es la esencia y está en su apellido. Abundan los ciclos y las propuestas que parecen querer ocultar esa condición y dar una pátina de contemporaneidad, como si los textos áureos o grecolatinos fueran pura arqueología. El riesgo de buscar propuestas innovadoras es despistar al público, que se encuentra de sopetón con lo que no busca ni apetece, como sucedió con la “cosa” de David Espinosa, que ni es clásico ni teatro stricto sensu (salvo un tímido acercamiento al de sombras). Es puro juego intelectual, una propuesta para teatreros, de esas aptas para festivales y eventos donde lo importante es parecer muy “modenno”. Algunos espectadores abandonaron la sala antes de que concluyera la función, otros dejaron el castillo visiblemente enfadados ante lo presenciado y unos pocos se declararon enganchados.
Much ado about nothing tiene un título que despista, porque es una comedia de Shakespeare. El autor se queda sólo con su significado –mucho ruido para nada– para dar nombre a una instalación sobre la que interactúa con luces y cámaras. Lo advierte nada más acomodarse el público. No se va a ver la pieza anunciada sino un compendio de toda la obra del bardo inglés, que ya es decir. Una vez apagadas las luces, se perfila a la vista del público un viejo aparador o mueble cajonero bastante retocado en cuya superficie hay distribuidas sin orden ni concierto decenas de figuritas de todo tipo: juguetes minúsculos, soldaditos de plástico, muñequitas, objetos de decoración, piezas del Belén, personajes de Disney, clicks de Famobil, tentes, plasticazos que se venden en tiendas de souvenirs, objetos publicitarios… todo un catálogo con abundante material entre hortera y kisch recolectado de los desvanes donde se apilan los juguetes de nuestra infancia, los chinos de todo a cien, huevos Kinder o sexshops. Mediante linternas y lámparas, el creador proyecta sobre una pantalla las sombras que producen los objetos mientras músicas y sonidos nos evocan pasajes de la obra shakespeariana.
Mediante la manipulación de la luz, y después mediante una cámara que va recorriendo esa jungla de miniaturas, se puede jugar a reconocer a Hamlet reflexionando en las almenas de Elsinor (aunque más cutre que las de Exin Castillos), las cuchilladas de Macbeth, la rabia de Othello, el barco que naufraga en Noche de Reyes, el mar embravecido de La tempestad, las tropas de Enrique V dispuestas para la batalla, la desesperación del rey emérito Lear, los encuentros sensuales de Romeo y Julieta y los más carnales de Antonio y Cleopatra. La idea que subyace es la complicidad espectador-creador para dejarse acariciar por el sol de York o abrigarse ante los paisajes nevados (enharinados, por ser más precisos) de Escocia.
El autor califica su trabajo de “delirante obra visual” que cuestiona las convenciones y límites de lo teatral. Aquí la representación carece de actores de carne y hueso y los objetos que “actúan” están inmóviles (no así sus sombras), excepto un juguete al que se le da cuerda. La perfomance podría ser calificada de vuelta de tuerca al teatro de marionetas, donde el eje es el movimiento de los muñecos.
Visto con anterioridad en la Feria de Huesca en 2014, allí la capacidad de sorpresa fue mayor ya que el aparador se situaba a corta distancia de los espectadores y no a cinco metros de la primera fila. En ambas ocasiones se puso de manifiesto el problema que lastra el trabajo, su excesiva lentitud. La “obra” es un chicle demasiado alargado. Al haber sólo un manipulador, es excesivo el tiempo que se usa en alguna escena recreando los efectos de luz y más el que se pierde apagando y encendiendo bombillas y recogiendo materiales. Ni mamarrachada ni genialidad, sólo un trabajo de indagación sobre la sustancia y límites de la teatralidad que tiene más interés por las preguntas que deja en el aire que por su resolución como espectáculo.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el martes 26 de julio de 2016.
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