Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «El rey», de Teatro del Barrio, en el Gayarre
CRÍTICA TEATRO
EL REY. Autor y director: Alberto San Juan. Intérpretes: Luis Bermejo, Alberto San Juan y Guillermo Toledo. Voces en off: Manolo Solo, Mario Gas, Gonzalo de Castro y Pepe Viyuela. Iluminación: Andrés Lima. Asesoría histórica: Noelia Adánez. Producción: Teatro del Barrio (Madrid). Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Viernes 20 de mayo. Público: Lleno.
Esperpento y realidad
En los tres últimos años, Alberto San Juan se ha estado paseando en solitario por los escenarios españoles con un exitoso monólogo, Autorretrato de un joven capitalista español, en el que al hilo de la crisis económica, y el desvergonzado uso de los fondos públicos de los años de pelotazos, dedicaba unos minutos a poner de tres al cuarto al rey emérito, Juan Carlos I, provocando innumerables carcajadas. El conocido actor, aquí director y cada vez más autor, ha transformado y enriquecido aquel discurso en un texto teatral centrado en la figura del monarca ahora aparcado para salvar el “Régimen”.
Fue Picasso el que dijo que no le interesaban los computadores, “porque sólo ofrecen respuestas” y en el programa de mano San Juan señala que el montaje “es una ficción contra la ignorancia, no por ofrecer verdades, sino por plantear preguntas”. No es del todo cierto. La tesis de la obra está muy clara: el objetivo vital de Juan Carlos I ha sido recuperar el poder económico y político que siente como suyo y que le fue arrebatado a su familia (por la República y por Franco) y que la Transición fue un apaño de las clases que han dominado el país para que los ganadores de la Guerra Civil no fueran los perdedores de la democracia. Las 500 familias más poderosas del Régimen conservan hoy intactos sus privilegios, se dice. Para lograr su objetivo, el 9º Borbón en reinar no dudó en traicionar a su padre, a Franco o a Suárez y amasar una fortuna como comisionista. Ahora, arrinconado, siente que todos, hasta su hijo, le han dado la espalda. La obra apunta más cosas: a Carrero lo voló Kissinger tres meses después de eliminar a Allende en Chile porque obstaculizaba la democracia domeñada que se preparaba y el propio Rey preparó con Armada el 23-F, una pamema de golpe de Estado frustrado para consolidar el tinglado.
El rey está escrito a base de escenas breves con una puesta en escena moderna, poco iluminada, como visibilizando el aire de conspiración que preside el relato cronológico. Alberto San Juan y Guillermo Toledo se reparten la galería de personas que han rodeado a Juan Carlos I, magníficamente interpretado por Luis Bermejo, único que resolvió la función sin un solo fallo de papel y sin que se le escapara la risa. La obra se inicia con el hombre postrado en una butaca que cojea (y hay que calzar con libros, metáfora del uso que les ha dado a lo largo de su vida), enfermo y rabioso. Las primeras escenas –la infancia– se acercan al esperpento (muy español, ya Valle retrató con esa técnica a la tatarabuela Isabel en Farsa y licencia de la reina castiza), pero chusco, como la pelea en Estoril con el padre, el conde de Barcelona. Después la cosa deriva hacia el teatro documento y el épico brechtiano, aunque con insertos astracanescos, como la presentación de Felipe González bailando break-dance. El conjunto es desigual y hay desequilibrios en los 105 minutos de representación, porque se embuten demasiadas cosas. Es inmejorable el retrato del genocida Franco (magníficamente encarnado por San Juan), la pelelización del monarca –iletrado, mujeriego, primario y ahora, enfermo y desquiciado– y la repetición de declaraciones que, en este contexto, suenan demoledoras, como el “no me acuerdo” que ha heredado la hija. La obra zurra sin piedad a esta nueva Corte de los milagros. El público estaba entregado desde el primer minuto, rió sin parar e interrumpió la representación hasta cuatro veces con sus aplausos.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 22 de mayo de 2016.
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