CRÍTICA TEATRO

LA CALMA MÁGICAProducción: Tanttaka Teatroa y Centro Dramático Nacional. Autor y director: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Iñaki Rikarte, Sandra Ferrús, Mireia Gabilondo, Martxelo Rubio y Aitziber Garmendia. Voz en off: Aitor Mazo. Escenografía y atrezzo: Alejandro Andújar. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 3 de abril. Público: 450 espectadores (media entrada).

Viaje alucinado

El público del Teatro Gayarre fue testigo de uno de esos momentos emotivos que se recordarán durante años. El diálogo final de La calma mágica está protagonizado por la voz en off del actor bilbaíno Aitor Mazo, encontrado muerto en su domicilio debido a un fallo cardíaco el 7 de mayo de 2015, al mismo tiempo que se celebraba la rueda de prensa en el coliseo pamplonés para anunciar la representación, que fue suspendida. Pero es que, además, en esa escena Mazo pone la voz desde el más allá al padre del autor, fallecido poco antes, a quien está dedicada la obra y con quien Alfredo Sanzol salda cuentas, en un diálogo que combina armoniosamente desgarro, contención y lirismo.

Ese momento, de gran potencia dramática, no casa sin embargo con el argumento, pues no está relacionado temáticamente con nada de lo anteriormente presenciado. Y, además, ni siquiera la leve alusión a la condición de ex actor hace suponer que el personaje estupendamente interpretado por Iñaki Rikarte sea el propio Sanzol. Queda, por tanto, como una coda gratuita más ligada a las intenciones del escritor que a una necesidad interna de la trama. Oliver, que así se llama el protagonista, se obsesiona de forma insana por un “accidente” muy de estos tiempos. Ha sido grabado dormido frente al ordenador de su oficina y contempla como su momento ridículo se convierte en viral en las redes por la inconsciencia o mala fe de Martín, encarnado por Martxelo Rubio, sustituto de Mazo. La presentación del conflicto se alarga en exceso y retrasa la leve línea de acción de la obra. Éstas serías las mínimas pegas –y quizá la presencia de un personaje, el de la abogada, que poco añade–, de una obra deliciosa, bien dialogada, sugerente, con momentos de una brillantez incontestable, notables dosis de humor y aciertos visuales magníficos. Es decir, muy sanzoliana.

Las mejores obras del autor navarro tienen un punto de audacia arrebatador: lleva tan al límite sus tramas que, en manos menos hábiles, se despeñarían hacia lo ridículo. Siempre se mueven en el filo de un abismo en el que nunca cae, porque sabe insuflar credibilidad a cualquier situación que imagine, por disparatada que parezca, gracias a la sutileza de su escritura. A ello le ayuda también su condición de excelente director de escena, pues sabe conducir con audacia y tino a unos actores a los que se les  nota entregados incondicionalmente a su causa.

En La calma mágica se ha dotado de un punto de apoyo, una muleta para salvar la inverosimilitud, pues el público ve a los personajes tomar en varios momentos unos hongos alucinógenos. Un espacio escénico claro y neutro y una dirección lo suficientemente ambigua ayudan a que el espectador nunca sepa con certeza si lo que está viendo es real o son las visiones de Oliver, lo que facilita el acompañamiento del viaje físico y anímico de la pareja protagonista. La trama se mueve así con soltura de la oficina a la casa o a una reserva en Kenia, hace creíble la existencia de elefantes rosas y erotiza los tímidos encuentros de Oliver con Olivia, interpretada con notable vis cómica por Aitziber Garmendia (aunque el programa de mano le asigna por error otro personaje). El humor que exuda la pareja permite los momentos más divertidos y delirantes. Menos público del esperado, pero entregado incondicionalmente desde el primer minuto.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el sábado 9 de abril de 2016.