CRÍTICA TEATRO

PANCREAS. Producción: Centro Dramático Nacional y Concha Busto (Madrid). Autor: Patxo Tellería. Interpretación: José Pedro Carrión, Fernando Cayo y Alfonso Lara. Dirección: Juan Carlos Rubio. Escenografía: José Luis Raymond. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 14 de febrero. Público: Lleno.

Excelente parodia rimada

Pancreas es uno de los recientes grandes éxitos del teatro vasco en euskera, no sólo por el recorrido de la producción de Tartean Teatroa, de Bilbao, de la que forma parte el actor navarro Mikel Martínez, sino porque el texto ha sido traducido al castellano y montado a lo grande para su distribución nacional. Éxito merecido, porque es excelente el texto de Patxo Tellería por muchas razones.

En primer lugar, es de destacar que haya tenido los arrestos de escribir una obra ¡en verso! Un verso muy bien rimado, sin ripios, con una mezcla de afectación y lenguaje llano sorprendente que se traduce en carcajadas continuas. En segundo lugar, la utilización del verso es atinada pues sostiene el tono paródico que impregna la obra, aunque de eso sólo se da cuenta el público cuando conoce el desenlace de la obra. Tellería ha encontrado la fórmula allí donde escarbaron el Jardiel de Angelina o El honor de un brigadier o el Tono de Federica de Bramante o Las florecillas del fango. Además, Pancreas pauta sabiamente la información, comenzando porque la trama se cuenta en flash-back, con una primera escena en que los actores se dirigen al público para ponerlos en canción. Después, mantiene el interés con interesantes volantazos al argumento y porque, como en las mejores comedias policíacas, suministra las claves para que el espectador adivine el desenlace, sin que éste lo llegue a descubrir, a juzgar por la reacción final de sorpresa. Y no contento, las subraya: una estridente caída del mechero desde cuatro metros de altura y tres alusiones al extraño olor que hay en la habitación. Hasta aquí puedo leer.

La acción trascurre en la desangelada mansión de un individuo que morirá en dos meses si no consigue un transplante de páncreas. Allí recibe la visita de sus dos mejores y trastornados amigos (los conoció en una terapia), que visten de idéntica forma, traje y bombín (otra pista más). La escenografía y figurines, también la iluminación no realista, tienen un punto gótico, como de película de terror de serie B, que es el tono paródico que consigue a la perfección todo el montaje, muy bien entendido y dirigido por Juan Carlos Rubio.

Uno de los amigos, de 59 años, confesó que a los 60 se suicidaría para no arrastrar la decrepitud de la vejez. El tercero le propone que adelante su marcha para salvar al amigo enfermo, con el consiguiente enfado de éste. Y estalla el conflicto. Primer bombazo: Raúl el suicida (José Pedro Carrión), asustado pero coherente, se toma la pastilla mortal. Segundo giro en la trama: César (Fernando Cayo), el enfermo, reconoce entonces a Javilo (Alfonso Lara), que simuló su enfermedad. Tercer golpe: la pastilla no hace efecto… El espectador no pestañea ante la rápida sucesión de acontecimientos.

Los tres actores son excelentes y bordan sus roles. Dan todo el sentido e intención a sus frases sin perder la musicalidad del verso, haciendo que por momentos te olvides de la rima. Cantan además excelentemente. El tono ligeramente impostado y cadencioso que le dan a los diálogos (también coherente cuando conoces el desenlace), es especialmente divertido en los exagerados “apartes” y les permite momentos hilarantes. Cuando finalmente se descubre qué pasó, dónde y por qué están ahí, el patio de butacas estalla en una merecida ovación.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 21 de febrero de 2016.