CRÍTICA TEATRO

OASIS. Compañía: Teatro a quemarropa (Navarra). Autoría y dirección: Ana Artajo y Ion Martinkorena. Intérpretes: Ana Artajo, Ion Martinkorena y Pablo Manjón. Dirección de actores: Juan Vinuesa. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Jueves 11 de febrero. Público: 500 espectadores.

Un debut prometedor

La presentación en casa de esta nueva compañía generó gran interés y llenó el patio de butacas en un día laborable. A sus integrantes les avalan trabajos previos. En Martinkorena es evidente su progresión acelerada papel a papel, como se vio en Alphonse, de Jacarandá, reseñada esta misma temporada. Ana Artajo, surgida del Taller del Navarro Villoslada, tiene también notable presencia escénica y exhibe una amplia gama de registros. La pareja es ambiciosa y comienza como compañía con un texto propio, también autodirigido. Lo testó en el off del Lara madrileño, un hervidero de sugestivas iniciativas que, de alguna manera, imprime un sello de calidad.

El drama ha sido supervisado en un master de escritura dramática con Juan Mayorga, y a fe que se nota. A pesar de sus deficiencias, que las tiene, está a kilómetros de distancia de la ramplonería que habitualmente exhiben los textos que estrenan los autores aficionados locales, por su complejidad compositiva y dominio del tempo dramático. Pauta muy bien la información y logra atrapar el interés de forma progresiva. Además, se atreve con un tema incómodo envuelto a su vez en una situación delicada. Su eje es la entrevista que mantienen en una tienda de deportes su encargado, ex futbolista profesional, y su antigua novia. La carrera de él se vio frustrada diez años atrás, siendo ella menor de edad, por la condena judicial e ingreso en prisión por abuso de menores y distribución de material pornográfico tras circular fotos comprometidas de ambos en Internet. En esa larga, densa y durísima conversación se intercalan escenas del pasado de ella, desde su idilio posterior con un chico (escena inicial, prescindible) y su resultado: un matrimonio peligroso, pues ya marido se va desvelando como un maltratador egoísta y celoso. La almendra de Oasis, que no desvelaré, es que nada fue como se contó y, como en un cubo de Rubik, cada movimiento va desvelando caras  sorprendentes. Los protagonistas están bien dibujados: él, sobreviviendo a su destrozo interior, pues pasó de tenerlo todo (fichaje por un club grande incluido) a empezar desde menos cero en la Pamplona que lo recuerda como un mal bicho; ella, sumisa y manejable, arrastra su complejo de culpa por aquel acto que cambió las vidas de ambos para siempre. El final no es nada complaciente y mantiene la coherencia del relato.

El problema de Oasis, que repito que es una obra que “corre bien”, como se dice en el argot, es de verosimilitud, porque no es entendible la actitud final de él hacia ella (que necesitaría de una motivación mejor) para precipitar el desenlace. Y los diálogos, torpes en los momentos más comprometidos, piden un trenzado más fino y mordiente para ganar credibilidad. Ese esquematismo y precipitación de las réplicas obliga a gritar alguna escena y perjudica sobre todo a Pablo Manjón, el marido, al que también le sobra envaramiento. Los oscuros se camuflan bien al suministrar en off información de interés. La puesta en escena es sugestiva: una inmensa red nos recuerda tanto la carrera deportiva frustrada como la telaraña que envuelve esas tres vidas, aunque nada aporta a la acción el continuo movimiento de taburetes. Los nervios dieron lugar a contadas imprecisiones que no empañaron la potencia que exuda el primer trabajo de un equipo creativo que va a dar mucho que hablar.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 14 de febrero de 2016.