CRÍTICA TEATRO

EL SECUESTRO DE LA BANQUERA. Compañía: Suripanta (Extremadura). Autor: Darío Fo, versión castellana de Carla Mateini. Dirección: Esteve Ferrer. Intérpretes: Olga Lozano, Miguel Pérez Polo, Pedro Domínguez, Simón Ferrero, Francis Lucas, Eulalia Donoso y Jesús Martín Rafael. Diseño de escenografía: Ana Garay. Lugar: Casa de Cultura de Zizur Mayor. Fecha: Viernes 15 de enero. Público: 200 espectadores, tres cuartos de entrada.

Desmadre a la extremeña

En la sinopsis del programa de mano, el equipo artístico señala que la obra está “al límite del clown” y “al límite del absurdo”, pero no es cierto. Traspasa ampliamente ambas barreras y el montaje acaba siendo una farsa delirante, desquiciada y muy pasada de vueltas. La compañía extremeña ofrece el estreno absoluto en España de la pieza de 1986 del Premio Nobel italiano Darío Fo, nacida como contestación a la pujante “cultura yuppie” surgida entonces y que tanto modificó para mal la escala de valores al promover la admiración hacia la riqueza y quien la posee. Ser rico como sinónimo de éxito vital fue el caldo de cultivo que permitió en Italia la llegada a la Presidencia del Gobierno de Silvio Berlusconi o la caída de baba generalizada en España que despertaban sujetos como Mario Conde o cualquier golfo con cartera. El desplome de la economía especulativa y la crisis subsiguiente que padecemos, junto con las fotos de esa “promoción” conducida esposada ante el juez, invitaban a revisar aquel momento histórico desde el humor.

En su picadero rural, una bancaria de mediana edad se dispone a beneficiarse de un joven empleado de su firma cuando entran al recinto tres sujetos para secuestrarla y pedir un rescate. Hay un juego de malentendidos en ese momento (agravados por una puesta en escena muy gritada que añade confusión) y el espectador no sabe si está ante la millonaria o su secretaria, que utiliza su parecido físico para suplantarla. Los delincuentes, bastante corticos, pronto son manejados por la agresiva dominatrix. La llegada de la madre de ella y de un sacerdote que pasaba por allí desquicia la trama hasta el absurdo para la primera hora de representación y el autor –que no el público, al que el desenlace le da un poco lo mismo– trata de insuflar interés en descubrir quién encargó el secuestro. Como es obvio, hay varios de los presentes en el ajo.

Esteve Ferrer es el director de comedia “de moda”, después de varios éxitos importantes en la cartelera madrileña. Aquí se ha desmadrado, porque no se ha conformado con llevarla a un ritmo vivísimo y, por momentos, extenuante. Es que no da un respiro al espectador y esa falta de contención en tramos intermedios va en contra de la comicidad general de la propuesta. Toda farsa conlleva inverosimilitud, pero aquí se traspasa cualquier lógica añadiendo una iluminación no realista y toques brechtianos para romper la empatía del espectador hacia la peripecia (“No me mires que no podemos vernos”, dice un personaje a otro cuando hablan por teléfono). Excesivo. Hay réplicas muy graciosas, otras menos ingeniosas, pero la trama en conjunto hubiera ganado en comicidad en un contexto menos desaforado y medianamente creíble.

Los intérpretes muestran una calidad sobresaliente en esa catarata de réplicas con la que se ametrallan unos a otros sin tregua, y sin desajustes a excepción de la actriz protagonista, más insegura en el papel. Arrancan continuas carcajadas por su gran vis cómica Simón Ferrero y Francis Lucas, los dos bandidos más torpes, y Eulalia Donoso en el papel de madre. La escenografía es soberbia y hay que subrayar lo bien encajada que está en el difícil escenario de Zizur Mayor. El público agradeció con una fuerte ovación el desmadre a la extremeña de esta compañía, que ha sabido personalizar su oferta a base de textos críticos y una minuciosa puesta en escena.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el martes 19 de enero de 2016.