Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Mar», por Teatro de los Andes, en la ENT
CRÍTICA TEATRO
MAR. Texto: Creación colectiva y Arístides Vargas. Dirección: Charo Francés y Arístides Vargas. Compañía: Teatro de los Andes (Bolivia). Intérpretes: Lucas Achirico, Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes. Lugar: Escuela Navarra de Teatro. Fecha: Lunes 12 de octubre. Público: Cien espectadores.
Metáfora de una amputación
Teatro de los Andes es uno de los grupos que siempre es programado en la ENT cuando gira por España. Afortunadamente, habría que añadir. En 2004 presentó En un sol amarillo (memorias de un temblor) y ya dejó constancia de una “escuela” de primer nivel: excelentes intérpretes y músicos, una puesta en escena imaginativa a partir de muy pocos recursos escenográficos y unos textos de elaboración propia que aúnan poesía con denuncia social de una forma que no deja indiferente al espectador. Un año después regresó con Frágil y volvió a impresionar en 2009 con La odisea, la travesía universal tantas veces narrada que ellos ambientaron de forma excelente en el contexto Latinoamericano contemporáneo. En su última producción, Mar, han colaborado con otros amigos de la ENT, el argentino-ecuatoriano Arístides Vargas y la navarra Charo Francés, de Malayerba, con quienes comparte un mismo universo estético.
En 1879, Bolivia perdió el puerto de Antofagasta y con ello su acceso al mar, en la conocida como “Guerra del Pacífico”, que ganó Chile. Esa amputación territorial dejó una onda huella en el país y una herida que sigue abierta, por lo que se ve. Recientemente el Papa hizo unas declaraciones solicitando un acuerdo justo entre ambos países. Aquella pérdida podría ser comparada a nuestro “Desastre del 98”, un martillazo a la conciencia colectiva y el reconocimiento de la inanidad como nación.
Mar es una metáfora del sentimiento de impotencia y tristeza que la ausencia de salida al océano provoca en los bolivianos. Tres hermanos cargan a la madre moribunda, que quiere ser enterrada en el mar cuando muera. La madre es la patria. Ellos son el pueblo desunido que se aborrece, reta y desafía durante el viaje. Portan a la madre (simbólicamente) en una puerta de su casa. Este elemento permite un juego brillante: del portón surgen personajes y escenas que les permiten ofrecer una mirada irónica y onírica sobre su realidad. En la primera -cómo no en Sudamérica-, se satiriza a los militares, tan peripuestos y redichos como inútiles. Otra escena, con un humor excelentemente medido, está protagonizada por tres “pijos”, apuesto que cruceños. El desierto salino que tienen que atravesar da lugar a alucinaciones clarividentes.
La obra incluye textos, canciones, bailes folklóricos, músicas y relatos surgidos a propósito de la pérdida. Aunque no conozcamos muchos referentes, esos elementos dan una imagen caleidoscópica y enriquecen una puesta en escena hipnotizante. Los momentos que sí son reconocibles son brillantes, como la progresiva decoración de la puerta en torno a la fotografía de la madre hasta configurar un boceto irónico del escudo del país.
El uso de la luz y la escenografía es modélico en este grupo, que invierte en ingenio más que en utillaje. Un suelo blanco vegetal donde discurren las primeras acciones se va elevando a distintas alturas con sirgas para conformar los paisajes que precisa el viaje funerario. El juego con las gasas azules a modo de aguas que se escurren y el paisaje marino batido por las olas de la escena final muestran también su sabiduría como escenógrafos.
Una lástima el poco público en la apertura del ciclo Festa, que no ofrecerá el domingo 18 el clásico cubano Fresa y chocolate, al haber sido cancelada la función.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el sábado 17 de octubre de 2015.
«…onda huella…», «…onda uella…», «…honda huella…»?
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