Crítica de teatro de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Medea», dirigida por Andrés Lima, en el Festival de Teatro Clásico de Olite
CRÍTICA TEATRO
MEDEA. Autor: Séneca. Dirección y adaptación: Andrés Lima. Intérpretes: Aitana Sánchez Gijón (Medea), Andrés Lima (corifeo, Creonte y Jasón), Laura Galán (nodriza) y Joana Gomila (corifea e interpretación musical). Música original: Jaume Manresa. Diseño de iluminación: Valentín Álvarez. Producción: Teatro de la Ciudad y Teatro de la Abadía (Madrid). Lugar: Olite. Espacio La Cava. Fecha: Sábado 25 de julio. Público: Lleno, 400 espectadores.
Medea extrema
El Teatro de la Ciudad que impulsan Sanzol-Lima-Del Arco es un proyecto de investigación y creación escénica y pronto también un espacio físico de exhibición en Madrid, pero desde luego no parece que sea un proyecto estético. Los tres directores podrán compartir inquietudes, pero no “escuela”, a juzgar por lo visto en Olite. Si el viernes el Edipo de Sanzol reunía toda la ritualidad y contención del teatro griego, la Medea de Lima está en los antípodas: telúrica, salvaje y excesiva.
Eurípides va un paso más allá de sus coetáneos y crea un nuevo género: el drama. La tragedia se caracteriza por la predestinación, por lo inevitable. Da igual lo que piense, diga o haga Edipo, porque al final está condenado a cumplir la profecía: matar a su padre y tener hijos con su propia madre. Circula por un camino marcado desde su nacimiento. En el drama, no hay una imposición externa y divina a la acción de los personajes, sino su propia voluntad (o remordimientos). Es el terreno del libre albedrío y, por tanto, el personaje se obliga a justificar sus acciones. La hechicera Medea es el primer gran personaje dramático del teatro occidental: traiciona a su padre y mata a su hermano por amor a Jasón. Por él manchó de sangre sus manos: “No por odio, sino por amor hacia ti. No hay mayor dolor que el amor”, advierte. Cuando Jasón la repudia por Creusa, hija de Creonte, rey de Corinto, estalla en cólera. Asesina a su rival y al padre de ésta, que ha ordenado su destierro y, como culminación a su venganza, mata a sus propios hijos para devastar a Jasón. “No hay dioses en absoluto en el espacio donde tú te elevas”, escribe Séneca tras el parridicio. Aunque entendemos su dolor y celos y podamos compadecerla, nos resulta abominable.
Lima tira de la Medea de Séneca, de 1.027 versos, que plantea variantes novedosas respecto del original griego. El coro es favorable a Creonte y Creusa, el Jasón de Eurípides era más cínico (daba más juego actoral, vamos) y la violencia es explícita. El teatro griego es tremendamente pudoroso: siempre entra en escena alguien para relatar escenas sanguinarias que no hemos visto representadas. Séneca escribe en Roma y mostrar el asesinato de dos niños (el segundo además a la vista del padre) supongo que era como tomarse el aperitivo antes de ir al circo a ver finiquitar cuarto y mitad de gladiadores y echar unos cristianos a los leones. Hay que decir en descargo de Seneca que escribía su teatro para ser leído y el papel, ya se sabe, lo aguanta todo.
La propuesta de Andrés Lima es desaforada (ya iba un poco pasado de frenada en Los Macbez) y adolece de contrastes. Los personajes entran en escena “en alto” y continúan a las bravas toda la jornada, sin dar un respiro al espectador. Todo es griterío, lamento, rabieta. La consecuencia de ello es que tanto desvarío agota. Aitana Sánchez Gijón se entrega incondicionalmente y lleva a los límites del trance ese desgarro interior que la quema. No creo que nunca haya dado tanto en escena, pero son contados los momentos en que logra conmover: en su último intento de seducir a Jasón o en el atisbo de lucidez que muestra tras matar al primero de sus hijos. Extraña que consiga de Creonte un día más antes del destierro ya con la venganza planeada escupiendo tan a las bravas su parlamento, así como la mecanicidad de su diálogo cuando descubre que los hijos son el punto débil de Jasón. “Ah, vale, pues ya te he pillao”, viene a decir cara a la platea. La escena que debiera marcar un antes y un después, cuando es cubierta de barro y emplumada para mostrar su entrada en la irracionalidad salvaje y aterrorizarnos, pierde interés porque antes no hemos disfrutado de una Medea más, por así decirlo, humana. Los miramientos para quitarle la microfonía a la vista del público durante su metamorfosis evidencian que la propuesta de dirección tiene fugas. Quizá afectó la ausencia de proyecciones del montaje original, suprimidas al aire libre.
El Andrés Lima actor se mueve con torpeza en un escenario embarullado y da igual qué personaje interprete, porque no varía sus registros. Llama la atención la falta de sutileza de las transiciones: “Hola, que soy Creonte”, “Aupa, que ahora hago de Jasón”. También se le nota impostado como corifeo cuando abre la función leyendo la Teogonia de Hesiodo, un añadido pomposo, y pasa inadvertido el discurso (tan sugestivo y citado) donde Seneca parece anunciar América: “Tetis revelará un nuevo mundo y Tule no será entonces la última de las tierras”. Tule es Islandia, tierras tan frías como algunos momentos de la propuesta. Joana Gomila al contrabajo tiene una voz deliciosa pero dudo que encaje en semejante infierno Tierra de Caetano Veloso. La iluminación lateral le viene bien a una puesta en escena de pesadilla, expresionista pero excesivamente expresionada.
POR Víctor Iriarte. Publicada en Diario de Noticias el domingo 26 de julio de 2015.
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