CRÍTICA TEATRO

HEY BOY, HEY GIRL. Autor: Jordi Casanovas, a partir de un remix de Romeo y Julieta, de William Shakespeare. Dirección: José Luis Arellano. Intérpretes: Pablo Béjar, Ana Cañas, Enrique Cervantes, Ana Escriu, Jesús Lavi, Jaime Lorente, Quique Montero, Alberto Novillo, Raúl Pulido, Katia Borlado, Sara Sierra, Alejandro Villazán (vídeo: Javier Gutiérrez). Producción: La Joven Compañía (Madrid). Lugar: Olite. Espacio La Cava. Fecha: Lunes 20 de julio. Público: Casi lleno, cerca de 400 espectadores.

Shakespeare shore

La Joven Compañía se ha especializado con éxito en el público adolescente y casi veinteañero, el más desatendido del mercado teatral, alcanzando en algunos títulos la cifra de cien representaciones escolares en su sede madrileña. Meritorio. Ha adaptado anteriormente clásicos como Fuenteovejuna y grandes novelas con personajes que son críos, como El señor de las moscas, del Nobel William Golding, y me cuentan mis servicios secretos que estará en enero de 2016 en Baluarte. Uno de los grandes atractivos de sus propuestas reside en el elenco, conformado exclusivamente por chavales recién egresados de escuelas de interpretación, con los que puede identificarse su público objetivo, del que hubo mucho en Olite, y ya sólo por eso merece la pena que haya sido programado. Por la forma en que les aplaudieron, y por los comentarios a la salida del recinto, la platea joven salió encantada con esta pieza cuya trama –y sólo la trama, que no el lenguaje, ni la poética, ni el trasunto– sigue con cierta fidelidad la de Romeo y Julieta, excusa para verse en un espacio dedicado a los clásicos. El Festival, con buen criterio, se ha autoexigido descubrirnos todo lo que de novedoso pulula por el mercado, lo que añade interés a la cita veraniega.

Otra cosa es lo que del montaje piense el público adulto, con más referentes y criterio a la hora de juzgar un producto que está deficientemente escrito y desde luego mal dirigido. Respecto del libreto, es subrayable su original enfoque pues sitúa la trama de amores de dos adolescentes de bandas enfrentadas (aquí los KPLs y Mantecas, en Verona Capuletos y Montescos) en un reality show al estilo del lamentable Gandía shore, al que acuden chicos del extrarradio que buscan pela y fama fácil. Shakespeare apenas necesita diez minutos para presentar el conflicto, Casanovas lo sitúa en el minuto 40, con lo que alarga innecesariamente la función. Aunque la violencia está presente en todo momento en pequeñas dosis, inexplicablemente se elude con una elipsis en el momento dramáticamente más consistente del obrón de Shakespeare (la muerte de Mercuccio, aquí una paliza en off a Benvo), ya que ofrece el punto de giro que impulsa la tragedia. También queda diluida la muerte de los protagonistas, a la que se llega de forma precipitada y se resuelve de manera confusa e inverosímil, con medio elenco en escena. Y, sorprendentemente, sin aprovechar las posibilidades del uso de drogas que ofrece el original (a pesar de lo mucho y gratuito que se habla de ellas durante la función). Hay un personaje absolutamente inconsistente, pues nada aporta a la acción, además de resultar ridículo: el cámara de televisión. Y se lleva la palma de lo muy mal escrito el de Loren, el realizador del programa (trasunto de Fray Lorenzo), con un didactismo de brocha gorda que le sirve al autor para cargar el mensaje sobre la manipulación que sufren estos ninis a manos de las productoras de telebasura, aunque es cierto que dicho a lo basto sí cala en los bachilleres. Lo peor de la pieza es su lenguaje, plano, vulgar y limitado, que hace que suenen a falso las escenas que contienen los momentos románticos y dramáticos, concentradas en la parte final, cuando el público lleva hora y media recibiendo bocinazos.

La dirección confunde ritmo con agitación, acción con carreras e intensidad en la interpretación con griterío y aspavientos. Los dos grandes cajones que los actores mueven en escena (y simulan las dos casas) pierden pronto su valor de signo y se suman al barullo generalizado. Tampoco las coreografías tienen un sentido dramático y parecen metidas con calzador.

Todos los actores suben a escena muy ensayados, fijan con precisión el texto y proyectan bien la voz, lo cual es de subrayar. Evidencian su bisoñez como intérpretes en la forma exagerada en que gesticulan sus parlamentos, siempre acompañándolos de un  movimiento de brazos continuado, muy evidente en la pareja protagonista. Ellas, en general, están enervantemente gritonas. Pablo Béjar (Benvo), Jaime Lorente (Teval, el malo de la historia) y Enrique Cervantes (Floro, el joven gay) tienen presencia, se les percibe un instinto dramático innato y mucho potencial, y hubieran brillado más si se les hubiera dirigido buscando matices.

Este tipo de montajes nos devuelve al eterno debate sobre los límites de adaptar los clásicos. Totalmente partidario, me confunde que Casanovas critique el tratamiento despectivo de chonis y canis que se da a los jóvenes de baja condición social y escasa ambición y, sin embargo, rebaje el nivel para llegar a ellos, en vez de apostar por democratizar la excelencia que regala un Shakespeare aquí muy, pero que muy, orillado.

POR Víctor Iriarte. Publicado el miércoles 22 de julio en Diario de Noticias.