CRÍTICA TEATRO

EL TESTAMENTO DE MARÍAAutor: Colm Tóibín Adaptación y dirección: Agustí Villaronga Intérprete: Blanca Portillo Escenografía: Frederic Amat Vestuario: Mercé Paloma Producción: Testamento, CDN, Avance y Ayuntamiento de Barcelona (Madrid y Barcelona) Lugar: Teatro Gayarre Fecha: Viernes 24 de abril Público: Lleno.

Evangelio apócrifo

Jesús de Nazaret fue un activista judío carismático, experto en la Biblia y enemigo de los fariseos que controlaban el templo. Urdió una reforma social y ética en el lugar y momento adecuados: descendía por parte de padre del linaje del rey David y se autoproclamó el mesías que el pueblo judío esperaba. Su estrategia la conocían unos pocos, sus apóstoles, y estaba bien diseñada. Debía sufrir unas horas en la cruz, tomar una droga que lo dejara inconsciente y hacerse pasar por muerto para evitar que le rompieran las piernas. Con las prisas porque se echaba encima el Sabbath, su cuerpo sería recogido por sus seguidores y aparecería redivivo. La acción salió mal, porque imprevistamente un soldado romano le clavó la lanzada que lo mató. Sus fieles raptaron su cuerpo para mantener el relato de la resurrección y reescribieron en los años siguientes su vida. Esa secta, ya se sabe, acabó dominando el imperio. Esta es la tesis de un libro de 1965 muy popular en el ámbito anglosajón, The passover plot (La conspiración de Pascua), del erudito Hugh J. Schonfield. Dio lugar a una excelente obra de teatro, Mesías, de Steven Berkoff, que mezclaba escenas de los evangelios tal como están narradas con su “trastienda”, los preparativos del complot. José Luis Gómez la montó en La Abadía en 2002.

Apuesto a que el irlandés Colm Tóibín comparte sus líneas maestras de la teoría. Su novela de 2012 aporta un prisma novedoso: la versión de la madre del revolucionario. María vive escondida en Éfeso, protegida y cuasi secuestrada por seguidores de su hijo, a quienes detesta por fanáticos. Periódicamente es interrogada porque están escribiendo los acontecimientos vividos en Jerusalén, pero no quieren oír lo que ella vio, sino ratificar la versión que desean transcribir. La María de Tóibín es descreída. Reza a una estatuilla de la diosa griega Artemisa, que cura enfermedades de mujeres y le sirve de consuelo al gran sufrimiento que le corroe y confiesa con una explosión de rabia y furia y lágrimas al final de su relato, en un crescendo dramático magnífico que Blanca Portillo borda: no vio morir a su hijo ni recogió ni lavó su cadáver. Le entró pánico a ser reconocida y arrestada y huyó del calvario cuando su hijo más la necesitaba. Ahora le gustaría volver el tiempo atrás y enmendar su cobardía.

Este evangelio apócrifo presenta una María humana, sufriente y desconcertada, que no acepta las explicaciones a lo sucedido ni entendió la transformación de su hijo, soberbio y ensimismado –la ignoró en las bodas de Caná–, y a la vez tan vulnerable. El relato dramatizado es brillante por sutil. María no niega los milagros, pero no puede probarlos. Ni comprobó si había agua en las tinajas donde salió el vino ni vio morir a Lázaro. Son testimonios de segunda mano. Y todo eso lo transmite Blanca Portillo con verdad y conmovedora pasión: el público entiende su dolor y se apiada de ella mientras asiste a la representación congelado en su butaca. La puesta en escena, riquísima, replica al texto: la casa está llena de trampillas, recovecos, estanterías… que la actriz descubre o vela sin reposo. Lo mismo sucede con el vestuario, rico y sorprendente. Este reto está al alcance de muy pocas. El audiolibro en inglés lo ha grabado Meryl Streep. Aquí la Portillo. Pues eso.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias de Navarra el miércoles 29 de abril de 2015.