CRÍTICA TEATRO

Fotos de señoritas y esclusas. Compañía: La Cuerda Teatro. Autor: Arístides Vargas. Versión, dirección e interpretación: Maider Lekunberri y Maitane Perez. Lugar: Domicilio particular de una de las actrices. Fecha: Domingo 12 de enero. Público: Lleno, 12 espectadores.

Las apariencias no engañan

El fenómeno del microteatro, ofrecer obras cortas de teatro en espacios no convencionales, surge con fuerza en Buenos Aires durante los años duros del “corralito” como forma de supervivencia de la profesión teatral y, llegada la crisis a España, se traslada la experiencia con éxito a Madrid. La muestra más genuina aquí la está ofreciendo la compañía La Cuerda Teatro, que impulsan Maider Lekunberri y Maitane Perez.

En las Navidades de 2014 adaptaron un relato de García Márquez, Sólo vine a llamar por teléfono, que funcionó bien. Unos meses más tarde cambiaron a un registro más gamberro con De jaleos con la Triki y el pandereta y acudieron a una muestra en la ENT con Gominolas para crónicos, escrito por ellas. Han repetido las pasadas fiestas  adaptando un texto para cinco intérpretes de su autor de cabecera, el argentino-ecuatoriano Arístides Vargas (de quien tienen en cartel Flores arrancadas a la niebla), que han reducido a media hora y dos intérpretes.

La reserva se hace por correo electrónico. Llegas a la hora convenida al piso, en el corazón del Casco Viejo, y te recibe una de ellas muy peripuesta con dos besos de compromiso y un impostado “¿Qué tal, querido?”, con lo que te das cuenta que ya te han  introducido en el drama. El hall de la casa es una sala de estar. Sofás y sillas, convenientemente arrimadas a la pared o a las estanterías, permiten sentarse cómodamente a 12 personas. Una lámpara de mesa y dos flexos bien orientados son toda la iluminación. Después, un personaje encenderá también una vela. Al fondo se vislumbra la cocina, que se usará a modo de chácena teatral, lo que ayuda a dar profundidad de campo a la puesta en escena. Una vez todos los espectadores acomodados, sale la segunda actriz de una habitación y se repite el mismo saludo: “¿Qué tal, querida?”. La función ha comenzado.

El texto tiene una particularidad que lo hace interesante de entrada: los personajes dialogan pero expresan también en voz alta lo que piensan, esto es, lo que en el teatro clásico se definió como los “apartes”, que lógicamente ofrecen el discurso contrario al que se expresa en voz alta. Es una pieza irónica, con su punto de comicidad por contraste, sobre la hipocresía social. Estamos en la reunión de antiguas alumnas de un colegio de monjas, entre personas que se detestan, pero guardan las apariencias. Las protagonistas son muy diferentes entre sí, aunque arrastran complejos similares. Una es activa, elegante, dio un buen braguetazo y consiguió vivir desahogadamente, aunque pena su desamor, que nunca reconocerá en público. La otra es insegura, frágil, acomodaticia y malsimula sus renuncias. Ambas actrices empastan bien y la interpretación es de altura. Disparan los diálogos sin respiro a modo de latigazos, mientras repasan un álbum de fotos al que nos gustaría asomarnos. Hay monólogos dichos con la imagen congelada de la antagonista, otra sugestiva convención. Prometían invitar a vino y turrón e insertan el agape en la trama con naturalidad. Miran a los ojos del espectador, que asiste tensionado a la representación. Finalmente, se despiden. Dejan un recipiente para que el público aporte la voluntad y se retiran elegantemente. Una forma especial y muy potente de ver y disfrutar del teatro. Prometen repetir.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el sábado 17 de enero de 2015.