CRÍTICA TEATRO

El tipo de la tumba de al lado. Compañía: Txalo Producciones (País Vasco). Autor: Alain Ganas, sobre la novela de Katarina Mazetti. Directora: Begoña Bilbao Lejarcegui. Intérpretes: Iker Galartza y Aitziber Garmendia. Lugar: Casa de Cultura del Valle de Aranguren (Mutilva). Fecha: Domingo 18 de enero. Público: Lleno, 165 espectadores.

Del caserío me fío

Esta pieza se vio hace tres años con el título El tipo de al lado, dirigida por José María Pou y protagonizada por Maribel Verdú y Antonio Molero, que por cierto guarda un notable parecido físico con Iker Galarza, actor vasco que da vida aquí al mismo personaje. La novela fue escrita en Suecia pero el tema es universal, pues busca la comicidad en el conflictivo romance que surge entre dos tipos completamente diferentes entre sí: él es un hombre de campo bruto, noble, honesto, soltero y de gustos e ideas conservadoras, y ella una urbanita culta, viuda joven, un tanto snob, frustrada sexualmente y con el reloj biológico amenazando.

La versión “vasca”, aun siguiendo el mismo libreto, logra mayor comicidad por ser un tanto más explícita en lo sexual y escatológico y, especialmente, por acercar la trama, los personajes y el ambiente al terruño. El baserritarra que aparece en escena es perfectamente reconocible por el público. También, porque los actores buscan el contacto directo con el patio de butacas, algo fácil al estar a pie de escenario: miran directamente a los ojos al espectador, les explican la trama, preguntan y, lo que no es tan habitual, escuchan las respuestas y las incorporan al diálogo. Me cuentan que, en todas las funciones, meten una o dos “morcillas” y hasta simulan un error para calentar al respetable, que brinda varios mutis aplaudidos. En Mutilva, ella le atiza  un tortazo y hace un gesto de dolor en la mano. Galartza para la acción y le suelta: “Te habrás quedado a gusto, ¿no? Mejor que en Noain (donde se había representado dos días antes)”.

Esta ruptura de la cuarta pared es fácil por lo bien escrita que está la obra. Los primeros minutos son monólogos intercalados de él y ella, pensamientos en voz alta que suenan naturales dichos en la intimidad del cementerio por dos personas que hablan frente a las tumbas de sus parientes: la madre de él y el marido de ella. El público entra rápido en su intimidad, se ríe mientras se ponen verdes y sufre con la timidez que les impide entablar conversación. La estructura de la pieza también es ingeniosa: la primera escena es un tenso diálogo de la pareja tras la ruptura. La historia de amor se cuenta mediante un flash-back, así que cuando se  vuelve a escuchar ese mismo diálogo, resulta que no es, como se suponía, la escena final, sino la penúltima, pues la pieza acaba en reconciliación, dejando un buen sabor de boca.

Merece destacarse la ingeniosa escenografía, simétrica y en apariencia abstracta. Da el pego como cementerio posmoderno y permite luego transformarse mediante la apertura de trampillas en el caserío y el apartamento, la mesa de un restaurante, el interior de un automóvil o el lecho de amor. Siendo una comedia, la directora ha logrado que las escenas se sucedan de forma ágil, sin tiempos muertos, aunque para lograrlo sacrifica la verosimilitud en un punto: ambos actores interpretan un año de su vida con el mismo vestuario, quizá la única pega del montaje. La pieza fue servida por dos buenos actores de comedia. Ella tiene un punto payaso que le va muy bien a las escenas más alocadas, y está más en edad que la Verdú para el personaje. Nueva oportunidad de verla en Alsasua el 14 de febrero.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el domingo 25 de enero de 2015.