CRÍTICA TEATRO

Nosotras. Compañía: El Bucle (Navarra). Autor: Alberto Iglesias. Dirección: Pedro Miguel Martínez. Intérpretes: Maiken Beitia y Leyre Ruiz. Música: Francesco Casali (interpretada en directo en escena). Iluminación, mobiliario y atrezzo: Patxi Larrea. Vestuario: Yolanda Goñi y Marta Arrastia. Lugar: Casa de Cultura de Zizur Mayor. Fecha: Viernes 14 de noviembre. Público: Lleno.

Postguerra familiar

La productora es nueva, pero sus impulsoras son actrices de contrastada trayectoria, aunque de distintas generaciones. Sabiendo el cuidado que ponen Maiken y Leyre en lo que hacen, no extraña que se hayan rodeado de un buen equipo en su debut: un excelente músico, Francesco Casali; buenas modistas y un “manitas” como Patxi Larrea, que ha iluminado la escena y atrezzado el mobiliario para transportarlo a las diferentes épocas en que transcurre la acción. Mención especial merece el veterano intérprete y director jienense Pedro Miguel Martínez, muy presente en el teatro navarro hace tres décadas, cuando de su mano y de otros pioneros como Ignacio Aranaz se introdujo en nuestra tierra el “método” stanislavskiano versión William Layton. Entonces dirigió tres proyectos muy recordados (Historia del zoo, Una jornada particular y Orquesta de señoritas).

Nosotras dramatiza tres momentos, dos de ellos extremos, en la vida de dos hermanas a las que la Guerra Civil ha enfrentado. En el año 42, la más joven, militante falangista, es rehén del grupo de maquis de la mayor. Poco después, visita a la hermana roja, presa y torturada en una de aquellas temibles cárceles franquistas. Treinta años después, en México, ambas se reencuentran y reconcilian. Este es el tipo de textos que escribe alguien que, sobre todo, es actor, porque busca el lucimiento del intérprete, aun a riesgo de la verosimilitud, en peligro en varios momentos. Las tres escenas son excelentes para demostrar las cualidades de alguien con oficio y, a la vez, muy exigentes: hay que “padecer” emociones radicales, de esas que a cualquier ser humano desgarran por dentro, y a la vez contenerlas, porque las circunstancias no permiten expresarlas. Ni cuando se vive una relación de sojuzgador-sometido ni cuando, ya de vuelta de todo, el pudor les impide darse el abrazo que llevan 40 años postergando. Lo han entendido muy bien ambas, y también el director, que ha hecho un trabajo de marquetería fino con cada diálogo. Conforme avancen las funciones, y si logran darle una continuidad como la del fin de semana de la première, con tres funciones seguidas, su trabajo todavía lucirá más.

Pero deberán sortear varias de las trampas que tiene la obra de Alberto Iglesias, además de la apuntada de la credibilidad, pues ese afán de extremar el conflicto genera problemas dramatúrgicos. La estructura de la obra muestra tres capas superpuestas: el enfrentamientos político, que se explica por sí solo y no necesitaría añadidos; la rivalidad de las hermanas por el cariño del padre, mal desarrollado; y la discusión por una obra de teatro que, a modo de testamento, ha legado el padre sobre el enfrentamiento entre Calvino y Castellio, es decir, entre fanatismo y libertad (que el espectador escucha en off). No empastan bien y se ve demasiado el artificio. Respecto de la escritura, las dos hermanas hablan igual, a pesar de sus diferentes trayectorias vitales; hay en la primera escena frases “literarias” que quedan bonitas leídas pero que dichas “suenan” mal; y en la cárcel hay diálogos que pertenecen al contexto actual y nunca hubieran podido ser expresados (creo que ni pensados) en su momento. El loable mensaje de reconciliación con que se despide la obra también hubiera necesitado de mayor elaboración.

POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 26 de noviembre de 2014.