Crítica de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Pluto», dirigido por Magüi Mira, en Baluarte
CRÍTICA TEATRO
Pluto. Autor: Aristófanes, versión de Emilio Hernández. Intérpretes: Javier Gurruchaga (Pluto y La pobreza), Marisol Ayuso (La dama), Marcial Álvarez (Crémilo), Jorge Roelas (Carión), Praxágora (Ana Labordeta), Juan Meseguer (Sacerdote), Sergio Otegui (Tesorero), Toni Miso (Blepsidemo) y Cayetano Fernández (Joven). Dirección: Magüi Mira. Producción: Pentación (Madrid) y Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Lugar: Baluarte. Fecha: Viernes 17 de octubre. Público: Algo más de media entrada, unos 600 espectadores.
Ya lo decían los griegos
En el año 388 antes de Cristo, Aristófanes estrena su última comedia conocida, Pluto, en la que sube a escena el debate del momento en una Atenas empobrecida: lo mal repartida que está la riqueza y, para más bemoles, en manos de qué canalla se acumula. Y eso que en aquella época ni se habían inventado las preferentes ni se cobraban dobles dietas en una mañana ni se manejaban tarjetas Black con tanto desparpajo como ahora. Los griegos se explican en su mitología, de ahí que asociaran la situación a la ceguera que padece su dios, castigo de Zeus para que reparta aleatoriamente el dinero. Crémilo, terrateniente arruinado, recoge a Pluto y logra devolverle la vista, con la esperanza de que beneficie a los virtuosos. La pobreza, sin embargo, dará la voz de alarma: si el dinero alcanza para todos, nadie trabajará. Los plutócratas, al principio enfadados al ver su cotarro en peligro, sonríen: no hay más que esperar porque, al final, el orden se restablecerá.
Aunque definido como comedia, porque hace reír, Pluto es teatro de ideas y los personajes subrayan su argumentario de forma pedagógica. No hay enredo, un clímax explícito ni un desenlace redondo; de hecho, da la impresión de que al texto le faltaran los últimos folios. Y ello lastra la receptividad. El segundo problema es que es un montaje para el Festival de Mérida, un escenario inmenso pero feliz para el clásico. En Baluarte se hizo con la caja escénica desnuda y parece desproporcionado. Los lectores de esta sección, gente culta, saben que en el teatro griego los personajes siempre van contados: coro y únicamente dos en escena con papel en Esquilo, el trágico más antiguo del que se conoce obra; tres en Sófocles y cuatro en Eurípides, el más evolucionado. De ahí que resulte fácil descubrir la autoría en un legañazo. Aristófanes es más joven que éste último y por eso hay dos momentos en que cuatro intérpretes hablan fuera del coro: muy pocos para tamaño escenario, porque la versión es respetuosa con la estructura original. Emilio Hernández ha mantenido los momentos escatológicos (el caca-culo-pedo-pis) siempre presentes en el comediógrafo, y su mano se deja notar en los subrayados del texto, con un vocabulario actual para hacer evidente que, 2.400 años después, estamos discutiendo sobre lo mismo.
La directora ha afrontado las dificultades con un uso muy inteligente del coro, formado por los nueve actores escondidos tras máscaras. Es un grupo visualmente atractivo, siempre en escena a modo de escenografía cambiante, elegantemente movido para arropar a los solistas y muy efectivo para acelerar los cambios de tiempo y lugar, pues de él entran y salen los intérpretes. Todos los actores son de categoría contrastada –Roelas, Labordeta, Ayuso– y logran extraer toda la comicidad de sus personajes, aunque ensayados para llegar a la enorme cava emeritense, tienen que subrayar y amplificar el gesto que acompaña a cada palabra, y ese exceso de expresividad tiene el riesgo de la monotonía. Gurruchaga estuvo un tanto apagado como Pluto –su voz no siempre llegaba bien– y fue más “Gurruchaga” haciendo de mujer, aunque también le sobró gestualidad y “baile” en escena. Brilló en lo musical, que es lo suyo, con temas swin, que es la que mejor le va a su antaño poderosa voz. El público, muy frío al principio, logró templarse conforme avanzó la función.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el jueves 23 de octubre de 2014.
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