Crítica de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Continuidad de los parques», el sábado en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
Continuidad de los parques. Texto: Jaime Pujol. Versión y dirección: Sergio Peris-Mencheta. Producción: Barco Pirata y Teatro Español (Madrid). Intérpretes: Roberto Álvarez, Fele Martínez, Gorka Otxoa, Luis Zahera y Marta Solaz. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Sábado 13 de septiembre. Público: Dos tercios.
Exceso de condimentos
Es una máxima aceptada en fútbol que el mejor árbitro es aquel que pasa desapercibido: termina el partido y ni lo recuerdas. Ha evitado cualquier protagonismo y ha dejado que los jugadores den lo mejor de sí mismos. Si lo aplicamos al teatro, que conviene, el titular de la crónica de lo sucedido el sábado en el Gayarre se lo llevaría el referí, así que mal asunto. Peris-Mencheta ha emborronado una propuesta que, sin barroquismos, tiene suficientes atractivos para funcionar como un tiro: un banco, un parque urbano, un buen texto e intérpretes solventes.
En el montaje hay música electrónica a excesivo volumen, demasiada filosofía en el programa de mano, un trasiego de gente entre escena y escena que aburre, cambios de decorado superfluos, juegos de luces y efectos visuales (flores o nieve cayendo de bambalinas) que están muy bien pero distraen y, además, proyecciones que nada añaden, como se demostró cuando no entraron a tiempo: dio igual. Al acabar la función, hasta nos echaron un corto. Ya que lo tenemos, parecían decir… Y podía haber sido peor: querían haber puesto césped en el pasillo central del patio de butacas y pulverizar la sala para que oliera a bosque y el público “entrara” en la historia desde el principio, como si no se confiara en la generosidad del espectador.
El problema de todo este trasteo es que dificulta el disfrute de la sugestiva obra de Pujol, que es de 1992 aunque se venda como actual. Son 8 esquetches con un aparente toque surreal que no es tal, ya que se puede encontrar una explicación racional a las estrambóticas conductas de los personajes que se dejan caer por ese parque como en un paréntesis de sosiego antes de regresar al tute diario.
El público disfrutó y aplaudió mutis cuando los actores pudieron hacer sus escenas sin ese “ruido” del que hablo: sólo texto e interpretación, como en El truquis, el cómico asalto de un navajero (Gorka Otxoa) a un mago (Roberto Álvarez), y en Luz verde, un viaje imposible en taxi deliciosamente interpretado por el cliente (Luis Zahera, ¡qué descubrimiento!) y un improvisado conductor (Fele Martínez). En Yeguas en la noche, el espectador observa a un hombre cercado por tres gamberros hasta que una mujer acude en su ayuda. Después, el público verá en un segundo esquetche lo que ella ha percibido: a un pobre esquizofrénico que habla a solas acosado por sus fantasmas. También aquí hubo un exceso de explicaciones, y es lástima, porque resta poética a la propuesta, la que sí logró Robert Lepage en Lipsynch usando ese mismo recurso. Otras escenas –Seducción, Voces o Sin cable– no rayaron a tanta altura, quizá porque se alargaron en exceso antes de la vuelta de tuerca sorpresiva y estuvieron un tanto sobreactuadas. Los cuatro protagonistas se desdoblaron en diferentes personajes y registros con desenvoltura y Marta Solaz mostró su excelente voz con el “loop”, el bucle que permite grabar capellas que se repiten y superponen para crear ambientes sonoros.
Peris-Mencheta cocinó al punto Un trozo invisible de este mundo. Aquí ha condimentado en exceso el plato y añadido guarniciones espesas, para hacerse notar. Pecado de juventud. Dio la impresión de asistir a un montaje con mimbres para un excelente off al que un exceso de presupuesto ha perjudicado.
POR Víctor Iriarte. Publicado en Diario de Noticias el lunes 15 de septiembre.
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