Crítica de Víctor Iriarte en Diario de Noticias de «Duet for one», con María y Juan Pastor, de Guindalera, el domingo en el Teatro Gayarre
CRÍTICA TEATRO
DUET FOR ONE. EL PROPÓSITO DE VIVIR. Compañía: Teatro Guindalera (Madrid). Autor: Tom Kenpinski. Director: Juan Pastor. Intérpretes: Ana Pastor y Juan Pastor. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 2 de marzo. Público: Media entrada.
Duelo desolador
La historia de Jacqueline du Pré es fascinante. Según la crítica, esta niña prodigio británica fue una de las mejores violonchelistas de todos los tiempos y las grabaciones de varios de sus conciertos se consideran definitivas. Sin embargo, dejó de tocar a los 28 años al sufrir una esclerosis múltiple muy agresiva. Murió a los 42 años, en 1987. Su vida ha inspirado varias obras. Recuerdo bien Hilary y Jackie, película de 1998 que hurgaba con bastante morbo en la rivalidad con su hermana, también músico profesional. Lo allí contado fue desautorizado por la familia. El autor teatral británico Tom Kenpinski fue más cuidadoso. Se inspiró en la vida de esta atormentada mujer para escribir en 1980 Duet for one, aunque puso nombres ficticios a los personajes. Esa pieza (también hay película) se presentó en Pamplona con el subtítulo El propósito de vivir y atrapó a los espectadores. No pocos aplaudieron puestos en pie.
Duet for one dramatiza una sucesión de encuentros entre Du Pré, ya diagnosticada y con movilidad reducida, con un prestigioso psiquiatra, al que llega empujada por su marido (en la vida real, el director de orquesta Daniel Barenboim). Desde el primer momento la relación paciente-médico es difícil, pues ella acumula una rabia que trata de disimular sin éxito y estalla más tarde con una furia desaforada que no se hace antipática, sino que mueve a compasión. La enfermedad es terrible desde cualquier punto de vista, pero alcanza su máxima expresión de crueldad cuando paraliza los dedos de quien ha logrado con ellos la perfección absoluta. De eso va la obra. Stephanie Abraham (Du Pré) lo dice en la última escena, desgarradora por la calma con la que finalmente consigue expresarse: la música no era una parte más de la vida, no era un oficio, era “la” vida, era “su” vida. Y sin ella nada tiene sentido. No es la posición del doctor, de ahí el subtítulo de la pieza. Tras dos horas de intenso debate de una mujer que lucha contra la depresión e ideas suicidas, la obra acaba ahí, pero no diría que es un final abierto, sino desolador.
Esta representación no hubiera impactado al patio de butacas sin el excelente trabajo interpretativo de María Pastor, que demostró sus dotes para un papel muy exigente, puesto que el espectador tiene que creerse su esfuerzo en “convencer” al psiquiatra y a la vez “notar” su falsedad, pues siempre está a la defensiva y sólo al final desnuda su alma. Y “ver” su sufrimiento. Actúa en silla de ruedas, tensionada por los hormigueos en las piernas y mostrando su fragilidad en el agarrotamiento de las manos o cuando se pone de pie. Para un actor “de método”, este papel es un boleto de lotería premiado. El mérito de esa soberbia composición del personaje es también del director, Juan Pastor, que es su padre en la vida real e interpretó en escena al psiquiatra.
No sé si será amor filial, pero desde luego este veterano y prestigioso hombre de teatro ha sido mucho más generoso con su hija que con su propio trabajo interpretativo. Compuso un psiquiatra plano y sin matices. Su texto revela un médico lúcido que sabe llevar a su paciente a donde no quiere ir, pero no logró hacerlo brillar. El duelo lo ganó de calle María.
POR VÍCTOR IRIARTE. Publicado en Diario de Noticias el miércoles 5 de marzo de 2014.
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