Crítica teatral de Víctor Iriarte de «La anarquista», de David Mamet, representada en el Teatro Gayarre y publicada en Diario de Noticias
CRÍTICA TEATRO
LA ANARQUISTA. Producción: Teatro Español de Madrid. Autor: David Mamet. Versión y dirección: José Pascual. Intérpretes: Magüi Mira y Ana Wagener. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: Domingo 2 de febrero. Público: Lleno.
Perpetua
A diferencia de lo que cree la gente, el político y hasta el mismo sector, el teatro español anda “muy justito de valor”, como los malos toreros. Quiero decir que es reivindicativo, fácil de colocar tras la pancarta, pero siempre ante reivindicaciones obvias o -aquí quiero ser despectivo- “políticamente correctas”: la guerra, el terrorismo, el maltrato, los recortes, el racismo… Cuando el tema es peliagudo o controversial o pisa callos amigos, y por tanto descoloca, mira mucho para otro lado. O rechaza un texto polémico escrito aquí y ahora que se sabe dará disgustos, o disimula la cobardía adaptando un clásico (mejor si es extranjero y de un par de siglos atrás), que siempre compromete menos, y salva el aura con unas líneas muy repeinadas en el programa de mano.
Por eso es curioso ver un texto como La anarquista, que habla de temas que han dado para mucha bronca, disgusto y fariseísmo en el país en los últimos meses. Entenderán de lo que hablo si les cuento el argumento. Cathy es una terrorista condenada a cadena perpetua por un doble crimen que, tras 35 años de prisión, pide la libertad a Ann, quien puede informar favorablemente y facilitar la condicional. En la sala de al lado aguardan familiares de los asesinados, que esperan se pudra allí dentro. Solo dos sillas, una mesa y un debate de ideas descarnado aunque de altura (la presa estudió filosofía) que tensa al público durante 80 minutos, porque Mamet es un excelente autor.
Los dos personajes pueden dar asco y a la vez mover a compasión, porque entendemos sus razones. La funcionaria incumple la legislación cuando usa material confidencial cliente-abogada en el interrogatorio. Se muestra detestable cuando chantajea a Cathy: la libertad a cambio de un gesto, denunciar a una cómplice que nunca fue detenida, a lo que ella se niega, lo que en cierto modo la dignifica. Y cuando la obliga a arrodillarse, rezar y “arrepentirse” de sus crímenes, que es la almendra de la obra, y es lo que se ha debatido en estos pagos tras revocar Europa la aplicación con efecto retroactivo de la “doctrina Parot” a presos ya sentenciados, obligando a su excarcelación. ¿Puede el Estado exigir arrepentimiento o debe limitarse a ejecutar la condena judicial? ¿Qué pinta la ley en el terreno de la conciencia y de la moral de cada uno? ¿Se puede en serio forzar a nadie a pedir perdón a sus víctimas?
Sobre Cathy, que hizo lo que hizo, planea la sombra de la hipocresía: basa su petición de libertad en su conversión religiosa, que Ann sospecha es falsa (como también el público americano y no es un dato menor: nació judía –religión basada en la culpa- y ahora dice abrazar el cristianismo, confesión que pivota sobre el perdón, lo que puede ayudar en la revisión de su condena). Su principal queja es que no se aceptaron sus ideas políticas en el juicio y, sin embargo, Ann basa en ellas la posibilidad de su libertad. Ambas saben que estaría en la calle de haber sido una presa común y que es una anciana nada peligrosa.
Traer aquí una obra “americana” tiene otros peros, además del religioso. La legislación de EE.UU. es punitiva. No hay piedad para el criminal. “No te encierran por miedo a que vuelvas a matar, sino para que todos vean las consecuencias de ciertos actos y así se controlen”, dice Ann. La ley española está basada en la reinserción (aunque luego la cárcel no pueda cumplir ese cometido). Pedir la cadena perpetua es entendible si lo grita una víctima, pero contrario a la Constitución, por mucho que la reclamen quienes más se llenan la boca en su defensa. Mamet, hoy muy a la derecha, ajusta cuentas en la escena final: “No creo en la reinserción, creo en el castigo”, se despide Ann. Me da igual su posición; le agradezco su aportación al debate. El tema del lesbianismo que circula en toda la obra es meramente instrumental: permite al autor romper la relación de poder carcelera-presa.
Las dos actrices, bien dirigidas, estuvieron excelsas. No se precisan más adjetivos.
POR VÍCTOR IRIARTE. Publicado en Diario de Noticias el jueves 6 d febrero de 2014.
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