Campanadas de boda. Compañía: La Cubana. Guión y dirección: Jordi Millán. Intérpretes: Xavi Tena, Toni Torres, Maria Garrido, Meritxell Duró, Anabel Totusaus, Alexandra Gonzàlez, Babeth Ripoll, Bernat Cot, Montse Amat, Oriol Burés, Àlex Esteve, Ramón Rey. Lugar y fecha: Teatro Gayarre, del 27 de junio al 13 de julio de 2013. Público: dos tercios de la sala (en la función del 27).

¿Casi veinte funciones seguidas de un mismo espectáculo en el Gayarre? Pues así, a bote pronto, parece un exceso. Pero, de vez en cuando, los excesos son buenos. En Pamplona sabemos de eso: son trescientos cincuenta y pico días de contención entre un desparrame sanferminero y el siguiente, pero, desde el seis a las doce hasta las doce del catorce, que nos echen un galgo. Las bodas también son una magnífica oportunidad para el exceso tolerado: una ocasión en la que tirar la casa por la ventana no solo está bien visto sino que es casi socialmente obligado. La Cubana, también excesivos ellos, han encontrado en el universo temático nupcial un filón del que extraer un buen número de lugares comunes que les sirvan para componer su último espectáculo, Campanadas de boda. Hasta el día 13 de julio, se han montado sus particulares Sanfermines en el escenario de la avenida Carlos III. Ver este montaje durante las fiestas pamplonesas es algo así como el exceso del exceso, una sobredosis de superabundancia. Pero una vez al año no hace daño, dicen.

Las bodas tienen algo de teatral. Es una ceremonia, como seguramente en origen lo era el teatro, y en cierto modo lo sigue siendo: un conjunto de ritos, una escenificación pública, un reparto de roles, un vestuario específico. La Cubana ha recogido estos elementos y les ha impreso su sello característico. Campanadas de boda tiene los rasgos habituales de los espectáculos de la compañía catalana, fundamentalmente esa mezcla de humor con canciones hasta formar algo así como un género híbrido entre la revista y la comedia de situación. Como “vodevil costumbrista” han definido esta última producción, y le va bien la etiqueta. Añadámosle esa interacción con el espectador, llevada al máximo en montajes como La tempestad o Cubana maratón dancing, y la ruptura de la cuarta pared o su ampliación mediante la interacción con imágenes proyectadas. Ese era el rasgo dominante en Cegada de amor, y, aunque en menor dosis, lo tenemos también aquí con una conexión con Bombay para la celebración de una boda por poderes.

La impresión general al ver Campanadas de boda es una cierta sensación de exceso: en el movimiento de las entradas y las salidas, en el volumen de la voz de los actores, y hasta en los colores del vestuario y la escenografía, diseñados con la saturación como objetivo. La Cubana adapta el espectáculo al lugar de cada representación y lo llena de referencias locales. Pero no solo eso: hasta los actores disfrazan su hablar con el acento y expresiones de la tierra de un modo tan marcado que a uno le parece asistir al nacimiento del überPTV. Y, sobre todo, hay una veneración de lo kitsch, de la exageración burlesca de lo cotidiano. Sin embargo, La Cubana se apaña para ser precisa en la desmesura, para que toda esa barahúnda aparente se condense en una pieza de relojería teatral, donde el ritmo no desfallece un instante y se logra un estado de atención permanente y una sensación de sorpresa siempre acechante. Campanadas de boda puede ser un canto a lo excesivo, pero de vez en cuando también hay que darle una alegría al cuerpo.

Pedro Zabalza en Diario de Noticias y en http://oscurofinal.blogspot.com