Crítica de «El mono sabio», con Ion Barbarin, por Pedro Zabalza
Obra: El mono sabio. Texto: Franz Kafka. Dirección: Ángel Sagüés. Intérprete: Ion Barbarin. Lugar y fecha: ENT, 21, 23 y 24/02/2013. Público: media sala (en la función del 24).
Quiero ser como tú
En El mono sabio, adaptación de Informe para una academia, Ion Barbarin se enfrenta a un reto que antes que él han asumido grandes actores; gente como Vitorio Gassman o José Luis Gómez (dos veces), por ejemplo; o como el propio Ángel Sagüés, director de este montaje, que se enfrentó al texto de Kafka como actor hace treinta años. Un intérprete ha de encontrar, en efecto, aspectos muy estimulantes en un personaje cuya doble naturaleza, animal y humana, plantea también una exigencia doble: resultar convincente como mono y como persona. Quiere decirse que hay un importante trabajo del cuerpo para adaptarlo a la morfología del movimiento simiesco, sin descuidar por otro lado la parte verbal de la interpretación, que también tiene su aquel: el texto es una adaptación de un breve relato para un solo actor, que esconde tras su forma discursiva oscuras cavilaciones filosóficas que el actor debe ir sembrando en las entendederas del respetable.
El mono que mono-loga (imposible resistirse al tontorrón juego de palabras) lo hace ante unos académicos interesados en su capacidad para imitar la voz y el comportamiento humanos. El protagonista, Pedro el Rojo, nombre que él mismo detesta, se niega a recordar su pasado como mono y centra su relato en su captura en la selva, su traslado a Europa y en su determinación de asemejarse a los humanos con el fin de evitar los barrotes del zoológico. Aunque las palabras de Pedro el Rojo son de autoafirmación y de conformidad con el destino elegido, puede rastrearse un lamento implícito por la libertad perdida y por la ausencia de una igualdad que los hombres no le reconocen. Hay una apariencia de aceptación en esa convocatoria para comparecer ante los doctos miembros de una academia, pero conocemos por las palabras del protagonista que su destino ha sido (y será por siempre) el music hall: resignarse a convertirse en una atracción de feria para conservar al menos un simulacro de libertad.
La versión de Barbarin/Sagüés ni siquiera mantiene la piedad de ese disimulo: no nos muestra al simio compareciendo en un foro del saber; no nos dice dónde nos situamos, pero las dos plataformas circenses que, junto con una escalera, conforman la escenografía, nos transportan al mundo del espectáculo, esa jaula de oro a la que los hombres condenan a los que son como los monos. Tal vez nos recuerde también que actores, teatreros y titiriteros varios quedan asimismo relegados a un espacio secundario por los académicos de la ortodoxia.
La reubicación del texto de Kafka en un espacio más apropiado para las varietés que para el magisterio permite a Ion Barbarin jugar con el público y alternar la parte textual con otras fases más activas, incluyendo canciones como ese Quiero ser como tú que el orangután Rey Louie popularizó en El libro de la selva, y que parece escrita ex profeso para este texto. El espectáculo gana así en ligereza y en cercanía, y lo hace más apropiado para una versión de calle, pero me dio la sensación de que contribuye a fragmentar el discurso y hacerlo un poco deslavazado.
A lo que no puede ponérsele ningún pero es al trabajazo de Ion Barbarin en el apartado físico. La recreación de la postura y los movimientos del mono, seguramente la parte más atractiva de la puesta en escena, me resultó más que convincente. Sencilla en apariencia, sin subrayados y sin necesidad de perderse en piruetas o en monerías, pero minuciosa y honesta. Un trabajo de ida y vuelta del animal al hombre y viceversa, en el que ambos se miran a los ojos para decirse: Quiero ser como tú.
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